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Reencarné y mi Esposo es un Coma romance Capítulo 119

—Ignacio, ¿desconfías de mí o de los guardaespaldas que me asignaste? ¡Además, tengo un médico que me acompaña! No te preocupes por mí. —En otras palabras, no pensaba volver.

Ignacio frunció el ceño. Conocía el carácter de su padre: era tan terco como una mula. Le había costado mucho salir de viaje y no iba a aceptar volver tan fácilmente.

A menos que él mismo ordenara a su gente que lo trajeran de vuelta por la fuerza.

—De acuerdo, entonces mañana no vayas a África. Quédate en Estados Unidos viendo entrenar a Leandro.

Aunque en Estados Unidos había terroristas, la gente en África era aún más peligrosa.

Al menos en Estados Unidos, Leandro podía cuidarlo.

Felipe sonrió de inmediato, las arrugas de su rostro se acentuaron como pliegues, pero su expresión era muy afable.

Sabrina miró a Ignacio, confundida. ¿Cómo podía permitir que Felipe se quedara en Estados Unidos?

Pensó que lo obligaría a volver.

Después de colgar la videollamada, Ignacio se explicó:

—Mi padre es muy terco. Si no le sigo la corriente ahora, es capaz de hacer las maletas e irse. Y entonces sería mucho más difícil encontrarlo.

Sabrina lo entendió. Era cierto, Felipe ya había intentado “escaparse de casa” antes.

Dicen que con la edad, la gente vuelve a la infancia, y ahora veía que era verdad.

—Ya he planeado que mi gente lo traiga de vuelta en unos días. Por las buenas no va a funcionar, así que tendremos que usar otros métodos. —Los ojos de Ignacio se entrecerraron. El vuelo de Estados Unidos a Clarosol era largo; bastaría con que durmiera un poco.

—¿Dejarlo inconsciente y meterlo en el avión? —preguntó Sabrina, arqueando una ceja con genuina curiosidad.

Ignacio esbozó una media sonrisa.

—No hace falta ser tan bruscos. Con un poco de somnífero, se dormirá y, cuando despierte, ya estará en casa.

Sabrina asintió.

Acorralada por las preguntas de Sabrina, Tania se puso nerviosa y su mirada vaciló, pero aun así, se mantuvo firme y replicó:

—Simplemente no soportas perder. Por supuesto que la idea fue mía y que yo lo diseñé.

—Basta ya, las dos sabemos de quién es realmente este trabajo. —Sabrina no tenía ganas de discutir con Tania. En realidad, no le interesaba participar en el Concurso de Diseño de Moda.

Lo que le molestaba era que Tania se apropiara del trabajo de otros para competir, demostrando una falta total de la ética que debería tener un diseñador.

¿De qué diseño hablaba?

Tania abrió la boca para replicar, pero una punzada de culpa la invadió.

—No te guardo rencor, soy una persona magnánima. —Tras decir eso, Tania se contoneó de vuelta a su puesto.

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