Anoche.
Cuando Sabrina llegó a casa, se dio una ducha y repasó todo lo sucedido. Por supuesto, sabía que le habían tendido una trampa.
Pero la actitud de Ignacio también era muy cuestionable. Si sabía que a ella no le gustaba Ofelia, ¿por qué la llevó a la Villa de la Luna?
Un lugar al que ni siquiera ella había ido.
—Entiendo por qué estás enojada, y Nacho tampoco ha sabido manejar la situación. Tienes que entender que los hombres y las mujeres pensamos de forma completamente diferente —dijo Adriana sin rodeos—. Lo que para ti es el fin del mundo, para ellos puede ser una tontería.
—¿Y esa es una razón para que hagan lo que les da la gana? —replicó Sabrina con frialdad.
—En realidad, todo es por el hecho de que Ofelia es la hermana de Romeo. Si no, ¿crees que Nacho se fijaría en ella? Ni que se estuviera muriendo en la calle le importaría. —Adriana suspiró, resignada—. Ofelia se ha aprovechado de eso para hacer lo que le da la gana.
—Pero la deuda de Ignacio es con Ofelia, no conmigo. Yo no debería ser la víctima de su gratitud.
—Por supuesto, cada uno paga sus propias deudas. Aunque sean marido y mujer, esto no tiene nada que ver contigo. Tienes todo el derecho a estar enojada y a dejar claras tus líneas rojas para que Nacho sepa hasta dónde puede llegar. —Adriana tenía unos principios muy claros y hablaba con sensatez.
Sabrina sonrió.
—Si Ignacio te oyera decir eso, seguro que no te lo perdonaría.
Adriana se encogió de hombros.
—Me da igual, de todas formas, nunca me ha tratado bien.
Más bien, le había tocado cargar con la culpa varias veces…
Sabrina negó con la cabeza, resignada.
—Sabrina, después de recoger los resultados, ¿vamos a almorzar juntas? —la invitó Adriana con entusiasmo.
—De acuerdo.

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