Quizás por miedo a que la descubrieran más adelante.
[Sabrina, ya sé quién robó mi diseño para vendérselo a Tania. Esto no se va a quedar así. Pueden meterse conmigo, pero no con mis diseños.]
Sabrina no preguntó más, solo respondió con un “ok”.
Tanto el plagio como el soborno eran despreciables. Todos eran adultos y debían asumir las consecuencias de sus actos.
Tania, ajena a que su treta había sido descubierta, seguía presumiendo ante sus compañeros de su esfuerzo y su positividad.
La cena y las copas de la noche anterior habían dejado a los compañeros muy satisfechos. Aunque a veces no estaban de acuerdo con lo que decía Tania, asentían por compromiso.
Al fin y al cabo, a nadie le amarga un dulce.
Después de presumir ante sus compañeros, Tania le envió un mensaje a Camilo:
[Cami, he conseguido la plaza. ¿Cenamos juntos esta noche para celebrarlo?]
Desde la discusión de hacía unos días hasta anoche, Camilo no le había respondido a los mensajes ni le había contestado las llamadas. La estaba ignorando por completo, lo que para Tania era un golpe mortal.
Quería ir a buscarlo a la mansión Guerrero, pero no se atrevía, temía que el mayordomo, Ángel, le soltara los mastines.
Hacía unos años, ya le había pasado una vez. Aquel mastín era aterrador, con su enorme boca abierta mostrando unos colmillos afilados, y sus ladridos sonaban como una sentencia de muerte.
Aunque habían pasado años, Tania todavía temblaba al recordarlo.
Había pasado una hora desde que envió el mensaje, y Camilo seguía sin responder. Tania, impaciente, volvió a escribirle.
[Cami, ¿estás muy ocupado últimamente? Pero por muy ocupado que estés, tienes que comer.]
El mensaje enviado fue como una piedra arrojada al mar, desapareció sin dejar rastro.
Llegó la hora de salir del trabajo y Tania seguía sin recibir respuesta de Camilo. Su corazón se hundió. ¿Sería este el final definitivo?
De repente, sonó el teléfono. El rostro de Tania se iluminó, pensando que era Camilo.
Pero al mirar la pantalla, vio que era Germán.

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