A pesar de su faceta romántica, Melina era una persona bastante reservada. Asintió sin expresión alguna.
—Solo hice lo que debía.
—Esta noche invito yo. —Sabrina le acercó el menú a Melina—. Mira a ver qué te apetece.
Melina acababa de coger el menú cuando la voz de Adriana la interrumpió.
—Yo que tú, pediría el seso de cerdo estofado con gastrodia. Para reponer el tuyo.
El comentario, claramente una indirecta a Melina, la hizo enfurecer. Estaba a punto de replicar cuando, de reojo, vio a Germán entrando a cenar con Tania. Se quedó helada. En su mente resonó el mensaje de Germán.
[Esta noche tengo que trabajar hasta tarde. Ya quedaremos.]
Así que la había vuelto a engañar. ¡Y otra vez para irse con su “amiga”!
Qué ironía.
Siguiendo la mirada de Melina y Adriana, Sabrina también vio a Germán y Tania sentados no muy lejos.
Esbozó una sonrisa fría. Un canalla y una zorra, la pareja perfecta. Solo sentía pena por Melina.
—¿Ya lo has visto claro? ¿Todavía quieres defenderlo? Si no me equivoco, has aceptado mi invitación tan rápido porque te ha dejado plantada, ¿verdad?
Adriana no tuvo piedad al desenmascararla. Eran hermanas, habían crecido juntas, ¿cómo no iba a conocerla?
Melina se quedó pasmada, con la mirada fija en Germán y Tania. Poco a poco, sus ojos se enrojecieron y se llenaron de lágrimas.
Sabrina le ofreció un pañuelo y le susurró:

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Reencarné y mi Esposo es un Coma