¿Esposo?
Sabrina arqueó una ceja y respondió con una sonrisa irónica.
—¿Eh? ¿Esposo? Hace dos días no tenías esa actitud. Defendías a otra mujer.
—Lo siento, reconozco que en parte fue culpa mía. Pero eres lo suficientemente inteligente como para saber que nos tendieron una trampa.
Ignacio admitió su error, sin dejar de halagar la inteligencia de Sabrina.
—¿Y qué? ¿No caímos los dos en la trampa voluntariamente? —replicó Sabrina.
Ignacio reflexionó un momento antes de responder.
—Tú caíste porque te importo. Yo caí por el remordimiento que siento hacia Romeo.
—Ellas se aprovecharon de nuestras debilidades. Después de lo de ese día, ya le advertí a Ofelia. No creo que se atreva a volver a intentarlo.
Sabrina estaba de acuerdo con la primera parte de su argumento, pero no con la última.
No creía que Ofelia hubiera aprendido la lección, ni que se diera por vencida.
Por sus dos intentos de tenderles una trampa, era evidente que su objetivo en esta vida ya no era Axel, sino Ignacio.
Y en cuanto a por qué en esta vida se había fijado en Ignacio, solo se le ocurría una posibilidad: eran de la misma calaña.
—No parará hasta conseguir lo que quiere.
—Esa noche también se lo dejé claro. Si lo vuelve a intentar, no tendré ninguna consideración por Romeo. O desaparece de este mundo o se larga de Clarosol para siempre —dijo Ignacio.
Sabrina también estaba cansada esa noche; al fin y al cabo, pegar requería energía.
—Mira, sus asuntos no me importan. Necesito descansar.
—¿Y yo? —preguntó Ignacio, mirándola con sinceridad.
Sabrina miró el regalo que tenía sobre las piernas, lo tomó y dijo:
—Acepto las disculpas y el regalo. Ya puedes irte.
Ignacio se quedó sin palabras.
—Sabri, no puedo moverme bien. ¿Puedo quedarme en Jardines de Esmeralda esta noche? —preguntó con voz suave.
Pero Sabrina respondió con sarcasmo:
—No, en mi casa no se queda a dormir nadie que no sea yo. No como tú, que no tienes ningún principio.

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