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Reencarné y mi Esposo es un Coma romance Capítulo 156

Tania intentó salir de la oficina sin hacer ruido, pisando tan suave como podía, pero antes de llegar a la puerta…

—¡Tania! —gritó Sabrina con fuerza—, ¿a dónde vas, compañera?

El cuerpo de Tania se tensó de inmediato, sintió como si un balde de agua helada le recorriera la espalda. Se giró furiosa hacia Sabrina, estaba segura de que lo hacía a propósito.

El escándalo llamó la atención de la señora elegante que estaba en la oficina. La mujer la miró de arriba abajo, arrugando el ceño, preguntándose si no la había visto antes, justo cuando entraba al baño.

Se acercó rápidamente a Tania y le soltó, con voz cortante:

—¿Por qué te escapas? ¿Acaso tienes algo que ocultar?

—Señora, no entiendo de qué me habla. Ya es hora de salida, ¿no es normal que me quiera ir a mi casa? —respondió Tania, sin dejarse intimidar.

Pero la mujer no tardó en señalarla:

—Todos ya terminaron su turno, pero eres la única que sigue aquí. ¿No será que te quedaste solo para ver el escándalo? Y ahora que quieres irte, ¿no será porque te sientes culpable?

A nadie le gusta perderse el chisme, y en ese momento, salir corriendo solo podía significar que tenía algo que esconder… o que en verdad tenía una urgencia en casa.

—No sé de qué habla ni quién es usted. Hace un alboroto aquí en el departamento de diseño, y yo ya me quiero ir, no tengo tiempo para esto —dijo Tania, y sin más, se apresuró hacia la máquina de huellas para marcar su salida.

Apenas pudo respirar tranquila, pensando que ya había logrado escapar, cuando las puertas del elevador se abrieron de golpe. Un hombre de mediana edad, vestido con traje y corbata, salió acompañado de varios guardias corpulentos.

En cuanto la señora distinguió al hombre, su actitud cambió y se lanzó a sus brazos con dramatismo:

—¡Amor! Me hicieron pasar un mal rato, ni te imaginas quién fue la desubicada que me tiró agua encima. Me arreglé hoy solo para nuestra cena a la luz de las velas, y mira cómo me dejaron.

Esa forma de hablar melosa, incluso en una mujer madura, se le daba con toda naturalidad. Y, para colmo, no resultaba nada molesta.

El hombre miró alrededor con autoridad y soltó, con voz grave:

—¿Quién se atreve a molestar a mi esposa en mi propia empresa? Que venga el gerente de inmediato.

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