Tania se acercó y, con rapidez, ató el picaporte de la puerta con una cuerda, haciendo un nudo fuerte. Sujetó el otro extremo al picaporte de la puerta de enfrente para asegurarse de que nadie pudiera abrir desde dentro.
Cuando terminó, agarró el balde de la limpieza, lo llenó de agua y, levantándolo con cuidado, vació el contenido en el baño.
En ese momento, un grito agudo de mujer se escuchó desde el interior, aunque la voz le resultó desconocida.
Quien estaba dentro forcejeó, intentando abrir la puerta, pero la cuerda impedía cualquier intento.
Tania fue por otra cubetada de agua y repitió la jugada. Después, ya ni se molestó en recuperar el balde y salió corriendo del lugar.
Dentro del baño, la persona seguía gritando insultos.
—¡Maldita sea! ¡Cuando salga de aquí te vas a arrepentir!
Al regresar al área de diseño, Tania sentía un alivio tremendo. La sonrisa no le cabía en la cara y no paraba de reírse para sí.
Pero esa alegría duró muy poco. Sabrina apareció de vuelta, luciendo impecable, sin rastro de haber sido mojada.
La sonrisa de Tania se esfumó de inmediato. Una ola de nerviosismo la invadió.
Sabrina se acercó con una sonrisa, le dio unas palmadas en el hombro y le soltó, con un tono que no dejaba lugar a dudas:
—Bien hecho.
Esas palabras hicieron que Tania sintiera un escalofrío en la espalda. El miedo se apoderó de su pecho.
Recordó el grito extraño que escuchó en el baño. ¿De verdad esa voz era de Sabrina? No le sonaba igual… pero ella misma la había visto entrar al baño y cerrar la puerta.
El silencio reinaba en el área de diseño, lo que solo enfureció más a la dama empapada. Levantó el dedo y amenazó a todos:
—¡Ya verán! ¡Voy a llamar a mi esposo ahora mismo y se van a arrepentir!
Ella había planeado una cena romántica con su esposo, se arregló con esmero para sorprenderlo. Pero justo al subir al elevador, le dio un retortijón y, antes de cualquier accidente, bajó en el piso del área de diseño para ir al baño.
Apenas entró al baño, le cayó encima un balde de agua. En toda su vida, jamás había pasado un papelón así.
Los empleados del área cuchicheaban entre ellos, tratando de adivinar quién podía ser el esposo de la señora. No hacía falta ser un genio: por la calidad de sus accesorios, todos sabían que era alguien importante.
Tania intentó escabullirse. Tenía una corazonada: si no salía de ahí en ese momento, terminaría pagando caro.

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