—Tienes razón en lo que dices. Es solo que siento que esa chica me resulta conocida, y además, no le importa lo que les pase a los demás con tal de conseguir lo que quiere —comentó Roberto, soltando un suspiro cargado de resignación.
En el fondo, Roberto seguía pensando en el incidente del baño. Estaba convencido de que Sabrina había usado a su esposa como un simple peón para deshacerse de alguien que le caía mal. Sin embargo, si lo veía desde otra perspectiva, no podía culpar a nadie más: simplemente su esposa había tenido mala suerte.
—No tiene caso culpar a los demás, mejor me aguanto —aventó Isabella, haciendo un gesto para restarle importancia—. Ya, déjalo así, vámonos. Estoy toda mojada y me siento fatal.
Roberto asintió, la tomó de la mano y salieron juntos del lugar.
...
La Mesa Dorada.
Sabrina le mandó la ubicación a Isabella. La Mesa Dorada quedaba bastante cerca de la Empresa Nube, apenas a unos diez minutos en carro.
—¿Y eso de agregar a Isabella? ¿De dónde te salió la idea? —preguntó Ignacio, haciéndose el desinteresado pero con la curiosidad pintada en la voz.
Sabrina respondió con total tranquilidad:
—Es para compensarla y pedirle disculpas. Cuando Tania empezó a hacer su numerito, yo preferí quedarme grabando el video en vez de salir a pararla. Si lo pienso bien, sí, esta comida la tengo que pagar yo.
Ignacio solo sonrió, sin decir nada más, pero sus ojos se mantenían fijos en Sabrina, como si intentara descifrarla a fondo.
—¿Por qué me miras así? Da miedo, ¿eh? —dijo Sabrina, frotándose los brazos—. Ya hasta se me puso la piel de gallina.
Ignacio apretó los labios, como conteniendo alguna emoción. De repente, soltó de manera significativa:
—Sabri, ya creciste.
Sabrina se quedó un instante desconcertada, pero enseguida captó el sentido de las palabras. Aun así, reviró:
—¡Por favor! Ya tengo veintitrés, ¿qué esperabas? Ya no soy una niña, soy toda una adulta.
Ignacio negó con la cabeza, pero le siguió la corriente:
—Yo le debía la vida a Romeo, no a Ofelia. Ya hice suficiente: la mandé a la Universidad de Clarosol y le doy cada mes diez mil pesos para sus gastos. Con eso, ya cumplí de sobra.
—¿No sientes que le fallas a Romeo? —le lanzó Sabrina, sin rodeos.
—Si Romeo supiera que su hermana quiere meterse entre mi pareja y yo, si él siguiera vivo, sería el primero en ponerla en su lugar —afirmó Ignacio, sin titubear.
Lo que tenía que hacer por Ofelia ya estaba hecho. Si ella insistía en buscar problemas, él no pensaba cargar con sus consecuencias.
—Eso dices ahora, pero a la mera hora igual y te ablandas —se burló Sabrina.
—¿Tan poco confías en mí? ¿Crees que soy de los que no cumplen su palabra? —frunció el ceño Ignacio—. Además, ¿qué tiene Ofelia que pueda hacerme cambiar de opinión? Si ya no fuera la hermana de Romeo, ni siquiera la dejaría acercarse.
—Nunca digas nunca. Capaz algún día acabas cayendo bajo su encanto —replicó Sabrina, esta vez muy seria, sin un atisbo de broma en el rostro.
Ofelia era muy distinta a Tania. Tenía una mente retorcida y, para colmo, en esta vida ya se había aliado con Petrona mucho antes que en la anterior.

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