Ignacio se quedó en silencio.
Desde el incidente en que fue emboscado, ya no era el mismo de antes. No era tan fuerte ni tan admirable como creía Sabri.
Después de todo, también era humano, también sentía dolor.
Por eso, cuando Romeo fue asesinado brutalmente frente a sus ojos, la imagen sangrienta y despiadada se le quedó grabada para siempre en la mente.
Incluso en sus sueños, revivía la escena de aquella emboscada.
No podía encontrar la manera de superar ese trauma.
—Ignacio, vamos a casa —dijo Sabrina, cortando el tema en el momento justo. Sabía que debía darle más tiempo.
Ambos salieron del restaurante, subieron al carro de lujo y se dirigieron lentamente hacia la mansión Guerrero.
Sabrina miraba por la ventana, cuando de pronto una cara conocida pasó frente a sus ojos. Sin pensarlo, le pidió al chofer que se detuviera.
—Alto aquí.
—¿Qué pasa? —Ignacio giró para verla.
—Vi a alguien conocido. Espérame aquí un momento, ¿sí?
Sabrina abrió la puerta y bajó rápidamente. Ignacio miró por el retrovisor, intentando descubrir quién era ese viejo conocido del que hablaba Sabrina, pero justo algo le bloqueó la vista.
...
—Marcelo, ¿qué haces por aquí? —Sabrina se acercó a Marcelo. Por su ropa, no parecía haber ido a comer a La Mesa Dorada, sino que más bien estaba trabajando.
Marcelo se sorprendió un poco.
—Rina, mira nada más, nos volvemos a encontrar.
—Sí, ¿no te habían contratado en La Cúpula de Cristal? ¿Ahora cambiaste de lugar? —preguntó Sabrina.

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