—Sabrina es demasiado impresionante. Aunque ya está casada, los hombres no dejan de perseguirla —comentó Tania, aparentando halagar a Sabrina, pero en realidad insinuando que, a pesar de estar casada, no sabía comportarse y seguía saliendo a comer con otros hombres.
—¡No puede ser! A mí me parece que no tiene vergüenza. Sabe perfectamente que ese hombre es tu novio y, aun así, acepta salir con él. Seguro que quiere quitártelo y de paso ponerle el cuerno a su esposo, ¿no? —aventó Regina, completamente indignada. Lo que más detestaba era a las mujeres que sabían que el otro tenía pareja y aun así seguían metiéndose, sin el menor pudor.
Tania solo sacudió la cabeza y soltó un suspiro, sin decir nada más. Su silencio lo decía todo: se notaba la amargura y la impotencia.
Sumando lo que había pasado en la reunión de la mañana, Regina veía a Tania como alguien digna de lástima: se quedó sin la oportunidad de participar en el concurso y, para colmo, su novio se le fue con otra.
—Ya, vámonos. Hoy yo te invito a cenar. Todo lo que se puede robar, es porque no vale la pena, así que ni te mortifiques.
En apariencia, Tania estuvo de acuerdo con las palabras de Regina, pero por dentro rezongaba. Para ella, Camilo no era basura. Tenía dinero y, además, un futuro prometedor.
Eso era lo que en verdad la hacía incapaz de dejarlo ir.
—Bueno, entonces te agradezco la cena —dijo Tania con una sonrisa forzada.
Regina, animada, la tomó del brazo.
—No seas así, mujer. Tú me has invitado muchas veces, ya era hora de que yo te devolviera el favor.
Tania asintió, pero su sonrisa ocultaba intenciones. Ya había pensado cómo usar a Regina para desquitarse de Sabrina.
...
Restaurante italiano.
Camilo se había mostrado todo el tiempo como un caballero, hablando en tono suave y atento.

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