Sabrina observó la sombra de tristeza en los ojos de Felipe y las palabras se le atoraron en la garganta.
La vida está llena de anhelos incumplidos, pero ¿valía la pena arriesgar la vida por cumplir un sueño?
—No te preocupes, Sabri. Antes de irme, dejaré todo arreglado para que nadie se atreva a molestarlos a ti y a Ignacio —dijo Felipe con un suspiro—. Lo único que lamento es que tengas que pasar el resto de tu vida cuidándolo.
Sabrina guardó silencio. No era por ella ni por Ignacio por quienes temía, sino por él.
No le importaba lo que hicieran los demás miembros de la familia Guerrero.
¿Cómo podría convencerlo de que abandonara la idea del viaje?
—Sabri, ¿hay algo que no te atreves a decirme? —preguntó Felipe, notando su vacilación.
Tras un momento de reflexión, Sabrina lo miró con seriedad.
—Abuelo, ¿recuerda que me dijo que si quería tener un hijo podía recurrir a la fecundación in vitro? He estado pensándolo, pero ahora que usted se va de viaje…
—Puedo esperar a que el tratamiento tenga éxito —la interrumpió Felipe—. No tengo prisa por irme.
Sabrina sintió un gran alivio. Eso era exactamente lo que quería oír.
Si lograba retrasarlo lo suficiente, quizás hasta que Ignacio despertara, podría cambiar el destino de Felipe.
—De acuerdo, abuelo. Entonces, en cuanto pueda, iré al hospital a hacerme los análisis.
—No esperes. Ve mañana mismo —dijo Felipe, más impaciente que ella. Daba por sentado que lo de Ignacio no tenía remedio. Si al menos pudiera dejar un heredero, sería un consuelo. Y ahora que Sabri misma lo proponía…
—Mañana no puedo, no es un buen día para mí —se excusó Sabrina.
Felipe entendió al instante.
—Ah, bueno. Entonces ve cuando te sea posible.
Sabrina asintió.
—Ignacio, ¿estás a punto de despertar? —preguntó, emocionada. Le tomó la mano—. ¿Puedes moverlos otra vez, por favor?
Fijó la mirada en la mano de él, conteniendo el aliento. Cuando estaba a punto de rendirse, el índice y el corazón de Ignacio se contrajeron.
Una inmensa alegría la invadió. No solo reaccionaba, sino que parecía entenderla.
Esto la hizo pensar. Quizás la razón por la que Ignacio no despertaba no era un problema físico, sino que alguien lo mantenía sedado.
Apenas un día después de quitar el incienso, ya había una reacción. ¿Sería esa la causa de todo?
Mientras reflexionaba, alguien llamó a la puerta.
Sabrina se levantó a abrir.
***

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Reencarné y mi Esposo es un Coma