Matías estaba en el umbral con un informe en la mano. Se lo entregó a Sabrina.
—Aquí están los resultados del análisis del sándalo que me pidió ayer.
Sabrina tomó el informe y lo leyó. Su expresión se tornó grave. El incienso había sido hecho por encargo y sus componentes no eran los habituales.
Contenía almizcle, datura y otras sustancias.
Inhalado en grandes cantidades, podía provocar un estado de coma y daños cerebrales severos.
Al leer esto, Sabrina se giró instintivamente hacia Ignacio, que yacía en la cama. Llevaba más de tres meses en coma.
Los médicos lo habían diagnosticado como un caso perdido, pero ahora resultaba que todo era por culpa de ese "incienso".
Y había sido Julieta quien ordenó que lo quemaran a diario. ¡Qué mujer tan despiadada!
Para asegurar la posición de Camilo como presidente del Grupo Guerrero, había envenenado a Ignacio. ¿Tendría algo que ver también con el atentado que sufrió?
—¿Qué piensa hacer? —la voz de Matías la sacó de sus pensamientos.
Sabrina guardó el informe.
—Por ahora, no haré nada. No quiero levantar sospechas —dijo tras un momento de reflexión—. Ahora que hemos quitado el incienso, estoy segura de que Ignacio se recuperará.
—¿No piensa contraatacar?
—Todavía no. Soy demasiado débil. Un simple informe no es suficiente para acusar a Julieta.
Tenía que moverse con cautela. Un paso en falso y caería al abismo.
—Pues cuando se enfrenta a ellos, no parece nada débil —comentó Matías con una media sonrisa.
—Eso es diferente. Lo de antes eran simples rencillas. Este informe podría costarle la vida a Julieta. Aunque Felipe esté de mi lado, ellos son más. Si se ven acorralados, no dudarán en eliminarme.
—Sea como sea, desde el momento en que firmé el contrato, estoy a su servicio hasta que este termine.
El contrato era solo por seis meses, el tiempo que Sabrina estimaba que Ignacio tardaría en despertar.
—Te lo agradezco de verdad. Pero seamos sinceros, solo eres un empleado. Si algún día estalla una guerra en esta familia y tu vida corre peligro, puedes irte cuando quieras —dijo Sabrina con seriedad, mirándolo fijamente.
Matías era solo un empleado que ganaba un sueldo modesto. No podía permitir que arriesgara su vida por eso.
—Mientras esté aquí, cumpliré con mi deber. Nadie tocará a mi empleadora mientras yo viva —respondió Matías con firmeza.
—Qué conmovedor. Voy a subirte el sueldo —dijo Sabrina. Aunque fueran solo palabras, la reconfortaron. La gente leal escaseaba, y más en una simple relación laboral.
—Bueno, en ese caso, una transferencia de cien mil u ochenta mil no estaría mal. A la gente buena le pasan cosas buenas —dijo Matías, con toda seriedad.
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