Camilo conocía bien el carácter de su madre y sabía cuánto odiaba a Tania y a su familia. Lo más importante en ese momento era calmarla.
—Mamá, estás exagerando. Tania y yo no tenemos futuro, pero tampoco lo tengo con la señorita Ramos.
Julieta sintió un ligero alivio. Mientras Cami no sintiera nada por esa mocosa, todo iría bien.
—El amor se puede cultivar con el tiempo. Míranos a tu padre y a mí, ¿no fue así como empezamos?
Al oírla, Camilo la miró con una expresión indescifrable. Si el amor se pudiera cultivar, no sería él su único hijo.
—Cami, soy tu madre, nunca te haría daño. Confía en mí —le suplicó Julieta, intentando convencerlo de que aceptara a la señorita Ramos.
—Todavía tengo trabajo que hacer. Iré a mi estudio —dijo Camilo, cambiando de tema.
Ignorando las protestas de su madre, se alejó a toda prisa.
***
Pasaron unos días. En la mansión Guerrero, la calma era solo una fachada; bajo la superficie, la tensión era palpable.
De repente, un grito de Sabrina resonó desde el cuarto piso. Matías, que estaba en el salón, se sobresaltó y entró en la habitación sin siquiera llamar.
En la cama, Sabrina estaba sentada sobre el abdomen de Ignacio, sujetándolo por los hombros. Si no fuera porque ambos estaban vestidos, la escena podría haberse malinterpretado fácilmente.
Matías, incómodo, se aclaró la garganta.
—Señorita Molina.
Sabrina se bajó de Ignacio de un salto.
—¡Matías, abrió los ojos! —exclamó, emocionada—. ¡Estoy segura de que despertará pronto!
La medicina de la noche anterior parecía haber funcionado. Quizás también era por el efecto mariposa de su renacimiento, que había acelerado su recuperación.
Matías se acercó y examinó a Ignacio. Le tomó el pulso, que era estable y mucho más fuerte que antes.
Todo indicaba que, efectivamente, iba a despertar pronto.
—Sí, su estado ha mejorado notablemente.



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