—¿Intentó entrar en la cámara acorazada para robar información importante? —preguntó Sabrina, estupefacta.
—Dentro de la cámara acorazada se guardan todos los documentos importantes del Grupo Guerrero. Por supuesto que quería robarlos —respondió Ignacio con un brillo gélido en la mirada y la voz grave—. Si vendiera esa información a una empresa rival, el destino del Grupo Guerrero estaría sellado.
Sabrina sintió un escalofrío de pánico. Por poco, había estado a punto de provocar un desastre.
—Lo siento, no sabía que Matías era esa clase de persona.
—No tienes por qué disculparte, no es culpa tuya.
—Voy a hacer que se vaya de la mansión ahora mismo, y que se olvide de la indemnización por despido —dijo Sabrina y, sin más, se dio la vuelta y se fue.
Encontró a Matías en el cenador del jardín. Él, como si la estuviera esperando, le sonrió.
—Has venido.
—¿Por qué lo has hecho? —le espetó Sabrina, furiosa—. Si no estabas contento con el sueldo, podrías habérmelo dicho. Intentar entrar en la cámara acorazada está muy mal.
Esperaba que Matías lo negara, pero en lugar de eso, lo admitió sin reparos.
—Sí, esta vez he fallado. Fui descuidado, no me di cuenta de que tu marido me estaba vigilando desde el principio.
Había subestimado a Ignacio, pensando que, al acabarse de despertar, su mente no estaría del todo clara. Sin embargo, Ignacio había sospechado de él desde el primer momento en que lo vio y, en cuanto pudo hablar, llamó a su persona de confianza. Y esa persona de confianza no era un hombre, sino una mujer. Fue su error subestimar a una mujer, y por eso bajó la guardia.
—¿Así que entraste en la mansión Guerrero con un propósito desde el principio? —le preguntó Sabrina.
—Los mercenarios son demasiado toscos y muchos tienen un historial de violencia. Además, los Guerrero podrían sobornarlos fácilmente. ¿Cómo ibas a permitir que una bomba de tiempo se acercara a tu marido? Yo, en cambio, soy diferente. Parezco joven e inofensivo, un recién graduado, el tipo de persona que todos consideran inocente y fácil de engañar.
Al escuchar las palabras de Matías, Sabrina, lejos de enfadarse, sonrió y le levantó el pulgar en señal de aprobación.
—Eres muy listo. La que tiene cara de tonta e inocente soy yo.
—Tú también eres muy inteligente. En poco más de un mes, has conseguido derribar a Julieta y sembrar la discordia entre ellas hasta llevar su relación a un punto de no retorno —dijo Matías con una ligera sonrisa—. La escena de anoche fue espectacular, obligando a Julieta a saltar desde un quinto piso.
—No estoy de acuerdo con tu "elogio" —replicó Sabrina—. Esas tres siempre han fingido llevarse bien, pero en el fondo se odian a muerte. Yo no he sembrado ninguna discordia.
—No directamente —la corrigió Matías con una sonrisa—, pero sugeriste que Petrona se convirtiera en la nueva matriarca de la familia Guerrero, y eso fue una jugada maestra. Sabías perfectamente que Petrona es astuta y calculadora, y que se daría cuenta de que fuiste tú quien intercedió por ella ante Felipe. No solo te la ganaste, sino que también la separaste de Betina. Ahora que Julieta está fuera de juego, ellas dos se pelean abiertamente mientras tú observas el espectáculo desde la barrera.

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