—¿Qué quieres decir? —replicó Carmen, frunciendo el ceño.
—¿Y Tania? ¿Dónde está?
—¿Y yo qué sé? Ni que fuéramos amigas.
—Entonces, ¿y la sangre en tu camisa? —insistió Sabrina, yendo al grano.
—Ah, es que me topé con una zorra. No soporté su arrogancia y la agarré a palos —dijo Carmen con una sonrisa helada y los ojos entrecerrados, de una manera que daba escalofríos.
Sabrina frunció el ceño. "¿Zorra?", pensó. "¿Se referirá a Tania? ¿O será que está teniendo un brote psicótico y confunde a la gente con animales?".
—¿Y qué le pasó a esa… mujer?
—Alguien vino a recogerla. ¡Qué fastidio, me ensució la ropa! —dijo Carmen, y se dirigió al baño refunfuñando.
Apenas se fue, las demás compañeras rodearon a Sabrina.
—¡Ay, no! He oído que los enfermos mentales a veces tienen alucinaciones. ¿No será que de verdad confundió a Tania con un animal y la mató a golpes?
—Seguro que sí. Una vez vi en las noticias que una madre con problemas mentales cocinó a su hija pensando que era un conejo.
—Entonces, ¿deberíamos llamar a la policía?
Todas estaban nerviosas y asustadas. Al fin y al cabo, todas se habían burlado de Tania por ser una hija ilegítima. Si Carmen la había matado, la policía investigaría y ellas podrían tener parte de la culpa.
El murmullo de voces le zumbaba en los oídos a Sabrina. Levantó una mano para silenciarlas.
—¡Cálmense! Si de verdad ha pasado algo grave, no hará falta que llamemos a nadie, la policía vendrá por su cuenta.
Aunque sus palabras tenían lógica, sus compañeras seguían temiendo verse implicadas.
Sabrina regresó a su puesto y marcó el número de Tania, pero el teléfono estaba apagado. Luego, llamó a Camilo. Él contestó de inmediato.
—¿Qué tal el trabajo hoy? ¿Alguna novedad interesante? —le preguntó Ignacio, acariciándole el pelo con ternura.
Parecía un padre preguntándole a su hija qué tal le había ido en la escuela.
Al recordar lo sucedido esa tarde, el semblante de Sabrina se ensombreció.
—¿Eh? ¿Qué ha pasado? —preguntó Ignacio, al notar su cambio de expresión.
—Sospecho que una compañera se cargó a Tania —dijo Sabrina, pasándose un dedo por el cuello.
—¿Sospechas? ¿Solo sospechas?
—La cosa es complicada, te cuento… —y Sabrina le relató los acontecimientos de la tarde.
—¿Ah, sí? ¿Así que todo empezó por las flores que te envié? —comentó Ignacio, enarcando una ceja.

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