—Cuida tus palabras —le espetó Camilo, furioso—. ¿Así que te niegas a disculparte? No creas que no me atrevo a tocarte solo porque estás con Ignacio.
—¡No! —replicó Sabrina, negando con el dedo índice—. Con tu capacidad, no podrías ni ponerme un dedo encima.
No bromeaba. Llevaba practicando artes marciales desde niña. No era ninguna niña mimada. Camilo, en cambio, aparte de ser hombre, no parecía tener ninguna habilidad especial. En su vida pasada, había sido una tonta por enamorarse de él.
Aquellas palabras fueron una provocación directa para Camilo. Además, con decenas de ojos observándolo en el departamento de diseño, si no le daba una lección a Sabrina, ¿cómo quedaría su reputación?
—Sabrina, te he dado una oportunidad, pero no la has querido aprovechar —dijo Camilo con una frialdad glacial en la mirada y los puños apretados, listo para atacar.
—No la quiero. Si te atreves, adelante —respondió Sabrina, encogiéndose de hombros.
Camilo dio una palmada y, de inmediato, dos mujeres altas y vestidas con trajes negros entraron por la puerta. Parecían guardaespaldas.
—Yo no pego a las mujeres —dijo Camilo con una sonrisa burlona—. Todavía estás a tiempo de disculparte. Por consideración a Ignacio, te perdonaré esta vez.
Sabrina miró a las imponentes guardaespaldas sin inmutarse, con una calma que desquiciaba a Camilo.
—Ay, Cami, mejor déjalo. No hagamos las cosas más grandes. Me preocupa que luego tengas problemas con tu tío —intervino Tania, haciéndose la buena, aunque había sido ella quien había iniciado la pelea.
—A gente como ella hay que darle una lección para que aprenda a quién no debe ofender —dijo Camilo, y le indicó a Tania que se apartara para no lastimarla.


Verifica el captcha para leer el contenido
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Reencarné y mi Esposo es un Coma