—No —respondió Adriana con indiferencia—. Le hablaba a *eso*.
¿*Eso*?
Sabrina miró a su alrededor. En el pasillo solo estaban ellas dos. ¿De quién hablaba?
Justo en ese momento, la puerta se abrió e Ignacio salió.
—Nacho, ¿qué haces aquí? —exclamó Adriana, atónita al verlo—. ¿Tú también necesitas un psicólogo?
¿Nacho?
Al oír cómo lo llamaba, Sabrina entrecerró los ojos. Un apodo tan íntimo… Debían de ser muy amigos.
—Somos solo amigos, no te hagas ideas raras —se apresuró a decir Ignacio, sin responder a la pregunta de Adriana y dirigiéndose a Sabrina.
Su afán por aclarar la situación despertó las sospechas de Sabrina. Normalmente, cuando alguien se apresura a dar explicaciones, es porque algo oculta.
—Sí, solo amigos, no te preocupes —añadió Adriana, con una expresión impasible, como si la respuesta de Ignacio no le hubiera afectado en lo más mínimo. —Voy a buscar a mi hermana, no los interrumpo. —Y dicho esto, entró en la consulta.
—Así que la psicóloga es la segunda hija de la familia Ramos —comentó Sabrina. Sabía que la familia Ramos tenía dos hijas, pero, tanto en su vida pasada como en la actual, nunca había oído hablar de Melina. Era la primera vez que la veía, y le sorprendió lo discreta que era. Adriana, en cambio, era más conocida; había ganado varios concursos de diseño de moda y era una diseñadora de gran talento.
—Sí, vámonos.
—Por cierto, tú también deberías conocer a Melina, ¿no? El Grupo Ramos y el Grupo Guerrero tienen negocios en común —dijo Sabrina, pensativa.
¿Por qué al verse ni siquiera se habían saludado, como si no se conocieran?
—La conozco, pero no tenemos relación. No hasta el punto de saludarnos.
—Pero con Adriana, en cambio, parece que te llevas muy bien —insistió Sabrina, volviendo al tema.
—Solo somos amigos.


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