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Reencarné y mi Esposo es un Coma romance Capítulo 98

—Ya que tanto desea todo lo que es mío, como su tío, no puedo hacer otra cosa que complacerlo —dijo Ignacio con una sonrisa gélida y sanguinaria—. Tengo varias propiedades que generan pérdidas desde el momento en que las adquieres, y algunos negocios que llevan años en números rojos. En resumen, son imposibles de vender.

Además, durante los meses que estuvo en coma, nadie se ocupó de esos negocios deficitarios, y las pérdidas se multiplicaron.

—¡Qué genio! —exclamó Sabrina, levantando el pulgar en señal de aprobación.

—Justo me estaba preguntando cómo deshacerme de ellos, y mira por dónde, alguien se ofrece voluntario —se burló Ignacio—. En cuanto firme, empezará a perder dinero a diario, como mínimo, siete cifras.

Sabrina sintió una oleada de satisfacción. Aunque no iba a ganar dinero con ello, ver a Camilo perderlo la hacía inmensamente feliz.

—Entonces, redacta un nuevo contrato, pero que sea muy parecido a este, o Camilo se dará cuenta y tendremos problemas.

—Mañana lo prepararé en la oficina. Para que parezca más real, lo tendremos en vilo unos diez días. Lo que se consigue demasiado fácil, levanta sospechas.

—Pero cada día que mantengas esos negocios, más dinero perderás —dijo Sabrina, preocupada. Le dolía que Ignacio perdiera dinero.

—Perder un poco de dinero no es importante. Lo importante es que tú seas feliz —le dijo Ignacio, mirándola a los ojos con ternura—. Tu sonrisa no tiene precio.

Aquellas palabras le llegaron al corazón, y no pudo evitar sonreír.

—Gracias.

—Entre marido y mujer, dar las gracias suena un poco formal, ¿no crees?

—Entonces no lo diré más —respondió Sabrina, y cambiando de tema, le preguntó—: ¿Por qué nunca me preguntas por qué odio tanto a Camilo?

—¿Disculpa, quién eres? —preguntó Ofelia, parpadeando con inocencia. Con una mirada tan pura, era difícil imaginarla como una rompehogares y una proxeneta.

—Hola, soy Sabrina, la esposa de Ignacio —se presentó Sabrina, recuperando la compostura y tendiéndole la mano.

Ofelia no conocía a Sabrina, pero sí a Ignacio, el jefe de su hermano. ¿Cuándo se había casado el jefe de su hermano? ¿No estaba en coma?

—Hola, señorita Molina. Por favor, siéntese —dijo Ofelia, y le sirvió una taza de té—. Cuidado, está caliente.

Sabrina tomó la taza y la dejó en la mesa. Miró a Ofelia a los ojos, con una expresión indescifrable.

—He venido a hablar contigo de un asunto.

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