Karina bajó la cabeza casi sin pensarlo.
En sus diez dedos, lucía el manicure que se había hecho junto con Belén.
Sobre una base color leche, relucían pequeños cristales pegados con precisión, el diseño más popular del momento.
Levantó la mirada, un poco desconcertada, y lo encaró.
—Es manicure, ¿no lo sabías?
El hombre frunció el entrecejo todavía más y soltó un suspiro resignado.
—Si sigues metiendo las manos en agua fría así como si nada, en unos días ya se te va a caer todo eso, y volver a hacerlo te daña las uñas.
Karina se quedó pasmada.
Ese tipo de detalles... ¿no se supone que los hombres ni los notan?
En su vida pasada, Valentín jamás se había fijado en eso.
No importaba cuán bonito tuviera ella el manicure, igual tenía que ensuciarse las manos cocinando para él.
Alguna vez le explicó con cuidado que en casa también había otras mujeres que podían cocinar.
Pero Valentín solo respondía:
—A mí me gusta lo que tú preparas. Si se arruina el manicure, te lo vuelves a hacer.
Con el tiempo, sus uñas terminaron tan delgadas y sensibles que cualquier roce le dolía.
Luego, cuando trataron de tener hijos, dejó de hacerse manicure por completo.
Ahora, al ver al hombre de espaldas en la cocina, una punzada extraña y amarga le recorrió el pecho.
Sin pensarlo, Karina preguntó:
—¿Tu exnovia debía ser muy especial, no?
Si no, ¿cómo era posible que un hombre fuera tan detallista y considerado?
—¡Chisss!—
El chisporroteo del huevo al caer en el sartén cubrió sus palabras.
Lázaro no la escuchó, así que se giró un poco.
—¿Qué dijiste?
Karina sonrió, negó con la cabeza.
—Nada importante.
Señaló hacia la mesa.
—Tú sigue cocinando, yo ya me voy a comer mi sopa, si no se hace engrudo.
Lázaro salió enseguida con su propio tazón de sopa de jitomate con huevo, sentándose frente a ella para comenzar a comer.
No tardó nada, en unos minutos dejó el plato limpio.
Karina, por costumbre, fue a recoger los platos.
Pero la mano grande y fuerte de él se adelantó, apilando ambos tazones para llevárselos.
—Déjame los lavo yo.
Karina se quedó ahí, observándolo en silencio mientras él lavaba los platos.
El sonido del agua corriendo parecía arrastrar consigo la pesada cadena que le había apretado el corazón durante siete años. Sintió cómo, de pronto, esa atadura se rompía.
Una ligereza nueva la invadió.
Cuando él terminó y se dio la vuelta, se topó con la mirada luminosa de Karina.
Ella sonreía, con una hoyuelito apenas visible en la mejilla, tan dulce y tentadora como un durazno jugoso bajo la luz.
Lázaro tragó saliva, la mirada se le oscureció de golpe.
Desvió los ojos casi enseguida y se dirigió al refrigerador.
—¿Hay agua fría?
Karina dudó un instante, apenada.
—No acostumbro a tomar cosas con hielo, así que no guardé.
—Voy al baño.
Sin esperar respuesta, se fue rápido, casi huyendo.
Karina lo vio alejarse con sospecha, hasta que de repente algo le cruzó la mente y no pudo evitar ponerse nerviosa.
Se tocó las mejillas.
Solo... ¿solo porque sonrió?
¿Y por eso reaccionó así?

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