—Señor —Lázaro habló con voz relajada, pero con una fuerza sutil que llenó el aire de tensión—, ¿de verdad tiene tanta prisa por separar a mi esposa y a mí? ¿Qué pasa, le da envidia?
—¿Envidia? —Valentín soltó una carcajada, como si hubiera escuchado el mejor chiste del año. Miró a Lázaro de arriba abajo y su mueca se volvió aún más burlona.
—No creas que por traer un traje de esos que cuestan decenas de miles de pesos, ya puedes colarte en nuestro círculo. ¿A poco ni te ha contado que yo fui su exnovio?
Valentín se acomodó la corbata con aire presuntuoso.
—Desde que era niña, Karina siempre andaba detrás de mí. Para casarse conmigo, fue capaz de pasar medio año organizando la boda, planeando sorpresas. Lo que ha gastado en mí, sumando todo, seguro pasa de cien millones.
—Si su familia no me hubiera fallado, ahora ella sería la señora Lucero.
—¡Cállate! —Karina explotó, su grito retumbó en el restaurante. Tenía los ojos enrojecidos por la rabia, y esa mirada feroz que le lanzó a Valentín lo tomó por sorpresa.
Valentín frunció el ceño, fastidiado. ¿Qué había dicho mal? En su vida pasada, Karina incluso sacrificó su salud para darle un hijo. Ella lo amaba, tanto que no le importaba arriesgar la vida.
Todo eso, pensó, debía saberlo ese tipo que tenía enfrente. Lázaro no era más que un reemplazo patético, un pretexto para hacerle rabiar.
Karina lo miró con furia, apretando cada palabra.
—¡Valentín, te odio!
Dicho esto, incapaz de soportar más, se levantó y rodeó la mesa para jalar a Lázaro.
—Vámonos, busquemos otro lugar para comer.
Pero no pudo dar ni dos pasos: una mano fuerte le sujetó la muñeca.
De pronto, el mundo dio un giro.
Karina soltó un grito ahogado; en un instante, Lázaro la atrajo hacia sí y la acomodó sobre su muslo, firme y seguro.
Se quedó boquiabierta de la sorpresa.
El rostro de Valentín se desfiguró, dio un paso adelante lleno de furia.
Pero Lázaro ni siquiera se dignó a mirarlo. Levantó la mano libre y acarició suavemente la comisura del ojo enrojecido de Karina.
Solo entonces, alzó la vista y encaró a Valentín. Su mirada era serena, pero cada palabra destilaba poder absoluto.
—Señor Valentín, gracias por haber dejado ir una joya como si fuera cualquier cosa.

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