—¡Me lo dijo mi primo! —aventó Belén, todavía molesta—. Le salió un asunto urgente de última hora, así que me pidió que viniera a cuidarte. Ya voy para tu departamento, ¿quieres que te lleve algo?
Karina sintió un calorcito en el pecho al escuchar a su amiga. Le pidió que le llevara algunos artículos de aseo personal y, tras pensarlo un poco, añadió:
—Y tráeme mi tesis que está sobre el escritorio, porfa.
Por suerte, ella tenía una habitación VIP para ella sola. Era amplia y hasta contaba con una cama extra para acompañantes, así que Belén podría descansar ahí sin problema.
…
A la mañana siguiente, la televisión del cuarto transmitía el noticiero matutino.
De pronto, una noticia explosiva capturó la atención de todos: [¡La red interna de Grupo Juárez fue hackeada por desconocidos! Estuvieron a punto de robar información clave. Se estima que las pérdidas podrían alcanzar varios miles de millones de pesos.]
Belén, que mordisqueaba una manzana, chasqueó la lengua dos veces.
—Para meterse a la red de Grupo Juárez hay que tener talento, eh. Aunque bueno, para ellos eso es como un rasguño, ni les hace cosquillas.
Karina giró la cabeza y la miró de reojo.
—¿Y tú desde cuándo sabes tanto de Grupo Juárez?
—Obvio… bueno, ¡no! —Belén se corrigió en seco, apurada—. No es que sepa tanto, pero mi papá siempre menciona ese grupo en la mesa, y me suenan esas cosas.
Justo cuando terminó de hablar, alguien llamó a la puerta del cuarto.
Lázaro entró cargando una lonchera térmica.
Belén, que estaba tirada en la cama acompañante jugando en su celular, se sobresaltó como si le hubieran echado un balde de agua fría y se sentó derechita.
—P-primo…
Sin prestarle atención, Lázaro se acercó directo a la cama de Karina.
—¿Te sientes mejor? —preguntó con esa voz grave y envolvente que casi hacía vibrar el aire—. Acabo de hablar con el doctor, puedes tomar un poco de avena.
Karina asintió, agradecida.
—Mucho mejor, gracias.
Él se inclinó para colocar la charola sobre la cama. Llevaba puesta una camiseta negra sencilla, pero al moverse se le marcaban los músculos de los brazos bajo la tela ligera, dibujando una silueta fuerte y estilizada.
Karina se quedó mirándolo, como si el tiempo se detuviera por un instante.
Al destapar la lonchera, un aroma delicioso llenó el aire. Era una avena preparada con ñame y otras hierbas. Karina reconoció ese sabor: el mismo que había probado en un restaurante exclusivo del centro, al que solo entraban clientes VIP. Recordaba que una sola porción costaba más de mil pesos.
—Sí tengo amigos, pero nadie tan cercano como para eso.
—Ya veo —murmuró él, con un matiz resignado—. Entonces, no me queda de otra más que pedir permiso en el trabajo y encargarme de ti.
Karina se quedó sin palabras, sorprendida. Movió las manos con apuro.
—No hace falta, puedo arreglármelas sola.
Lázaro levantó una ceja, cruzó los brazos y su sola presencia hizo que el cuarto pareciera más pequeño.
—Karina, ¿se te olvida que estamos casados? Soy tu esposo.
Karina iba a replicar que solo era un matrimonio por acuerdo, pero en ese momento el celular de Lázaro empezó a sonar.
Contestó con tono impaciente.
—No tengo tiempo. Estoy en el hospital, cuidando a mi esposa.
Colgó sin más.
El simple hecho de escuchar la palabra “esposa” de sus labios hizo que las orejas de Karina se encendieran. Sintió cómo el calor subía desde las mejillas hasta perderse en el cabello.

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