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Renacer en el Incendio: Me Casé con Mi Salvador romance Capítulo 75

Karina cerró los ojos.

Sentía que, con cada vistazo que le lanzaba a Valentín y Fátima, el humo y el polvo en sus pulmones se hacían más pesados, ahogándola por dentro.

Por suerte, tan pronto llegaron al hospital, los médicos, con la excusa de atenderla, lograron sacar a esas dos personas de la habitación.

Cuando volvió a abrir los ojos, lo primero que escuchó fue un llanto quedo y apagado.

Sus pestañas temblaron levemente. Al girar la cabeza, vio los ojos enrojecidos de su madre.

Apenas se movió, Yolanda le apretó la mano, la voz quebrada por los nervios.

—Kari, ¿ya despertaste? ¿Cómo te sientes? ¿Te duele algo?

Karina intentó hablar, pero la garganta le ardía como si le hubieran rasgado con un cuchillo.

—Yo… estoy bien.

Las palabras apenas salieron, ásperas y casi inaudibles.

Su instinto la llevó a recorrer la habitación con la mirada, buscando algo.

Yolanda, con el ceño arrugado, soltó:

—¡Ya los eché a esos dos! ¡¿Cómo se atreven a quedarse aquí después de todo lo que hicieron?!

Karina apenas logró esbozar una sonrisa cansada.

—Gracias… mamá.

Las lágrimas volvieron a brotar de los ojos de Yolanda.

—Mi niña, ¿por qué me agradeces? Hoy es tu cumpleaños… ¿cómo pudo pasarte algo así?

—Me dijeron que cuando los bomberos te sacaron, tu ropa estaba hecha trizas, peor que la vez pasada. Por suerte saliste viva, por suerte…

Bombero…

Karina se incorporó un poco, inquieta.

—¿Dónde está mi celular?

Yolanda buscó a su alrededor y negó con la cabeza.

—Aquí no está, seguro se te quedó en algún lado.

Karina hizo memoria; debía haberlo dejado en la oficina.

Por fortuna, siempre fue buena para memorizar números, con verlos un par de veces le bastaba.

—Mamá, préstame tu celular.

Tomó el teléfono, marcando de memoria una larga serie de números.

Esperó. Nadie contestó.

Karina frunció el ceño y volvió a llamar.

Nada. El mismo resultado.

—Toma, hija, toma un poco de agua.

Cuando Karina por fin calmó la respiración, Yolanda dudó antes de preguntar.

—Kari… ese esposo que mencionaste… ¿de verdad es bombero?

Karina tomó sorbos pequeños, aliviando la quemazón en la garganta, y asintió despacio.

El corazón de Yolanda se encogió. Los ojos se le llenaron de lágrimas una vez más.

—Ay, mi niña… con tantos hombres ricos en Villa Quechua haciendo fila para casarse contigo, ¿por qué tuviste que elegir precisamente a un bombero?

Karina sabía que su madre no despreciaba la profesión. Le preocupaba que ella terminara sufriendo.

Dejó el vaso a un lado, apretó la mano de su madre y forzó una sonrisa para tranquilizarla.

—Mamá, tranquila. No es que haya perdido la cabeza. Me casé con él por pura casualidad.

—La verdad, ya no creo en el amor.

Por más intenso que parezca, cuando llega la traición, se acabó y punto.

—Solo me casé con él para poder recuperar lo que me pertenece, mi herencia. Cuando todo esto termine, me voy a divorciar.

Yolanda escuchó en silencio, el dolor en su pecho creciendo, aunque sabía que no podía hacerla cambiar de opinión.

Suspiró, acariciando el cabello de Karina con preocupación.

—Solo me da miedo que para ti sea un trámite, y que para él no. A lo mejor tú ya no crees en el amor, pero, ¿y si él sí? Eres tan guapa… ¿quién podría resistirse a ti?

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