Nataniel sacó los cubiertos y la daga de Bernardo cayó al suelo con un estruendo.
—¡E… eres tan fuerte! D… dime, ¿cuánto de tu verdadero poder utilizaste para matarme? —masculló Bernardo mientras apretaba su garganta que sangraba.
—Diez por ciento —respondió Nataniel con frialdad.
Bernardo cayó al suelo con una expresión de shock grabada para siempre en su rostro.
Carlos miró a Nataniel sorprendido. Bernardo era uno de los mejores asesinos de su familia, ¡y lo mató en segundos!
—Creí haber dejado bien claro que la familia Lobaina no podía poner un pie en Ciudad Fortaleza nunca más. Sin embargo, se aparecieron aquí; así que no pueden decir que no se los advertí —dijo Nataniel mirando con ojos penetrantes a Carlos.
—¡¿Te atreves a matarme «a mí»?! —gritó Carlos al darse cuenta de lo que implicaban sus palabras.
—¡Mátenlo! —ordenó Nataniel.
—¡Soy Carlos Lobaina, el heredero de la familia Lobaina! ¡Quién se atreve a tocarme! —gritó Carlos haciéndose el valiente aun cuando el terror y la furia impotente lo invadían.
Sus diez guardaespaldas formaron un círculo a su alrededor para protegerlo.
César y Tomás saltaron hacia los guardaespaldas con salvajes gruñidos como demonios liberados de las puertas del infierno.
Después de algunos momentos, los sonidos de batalla cesaron y reinó la calma de nuevo en el restaurante. El olor a cobre de la sangre impregnaba el aire.
Carlos y sus hombres estaban todos muertos navegando en sangre. Los ojos del joven heredero estaban bien abiertos con una expresión de incredulidad grabada para siempre en su rostro. Era evidente que no esperaba que Nataniel lo matara así.
Justo entonces, una multitud de personas irrumpió en el restaurante. Menos mal que eran todos hombres de Tomás.
Nataniel miró la mancha carmesí que estaba por todo el cuerpo de Tomás.
—¿Tus heridas son graves?
El hombre bajó la cabeza y masculló avergonzado:
—No moriré, pero mis habilidades se han deteriorado mucho en los últimos años. Soy una deshonra para usted, señor.
—¡Sí, señor!
…
El mismo día, enviaron el cuerpo de Carlos a su familia en Alameda. La noticia de la desafortunada muerte del joven heredero se propagó como el fuego.
En la casa de la familia Sosa, los Sosa hicieron una reunión familiar de emergencia.
Resulta que todas las compañías de los Sosa comenzaron a presentar problemas después de la muerte de Carlos. Los mercados de valores de algunas de las compañías se desplomaron, lo que causó una caída rápida de los precios de las acciones; se investigaron de manera repentina algunas compañías, lo que conllevó a enormes multas y se dictaron órdenes para revisar ciertos departamentos en un corto período de tiempo.
En resumen, estaban experimentando grandes pérdidas en todos los frentes.
Alfredo estaba tan furioso que sus labios temblaron al exigir:
—¡¿Quién me puede decir que m*erda está pasando?! ¡¿Por qué nuestras compañías tienen tantos problemas y están sufriendo pérdidas tan grandes?!

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Saludo al General