Ellos simplemente habían planeado darle un susto a Nataniel para que se fuera, pero él no huyó asustado, sino que no les hizo caso. Esta reacción sacó de quicio por completo a Búfalo, y la furia que lo incendiaba por dentro hizo que sus pensamientos malévolos se enardecieran.
«Ya que él es enemigo del Señor Félix, y que el plan de asustarlo no parece estar dando resultado, pues voy a matar a este tipo y punto».
Con esto en mente, Búfalo sonrió con un asomo de maldad en sus ojos y dijo:
—Te di una oportunidad, pero no la quisiste aprovechar. ¡Ya no puedes culparme!
Entonces, arremetió contra el abdomen de Nataniel mientras empuñaba su cuchillo. A su lado, Penélope estaba tan asustada que dejó escapar un grito.
Nataniel extendió sus manos y se aferró a sus muñecas a la velocidad de un rayo. Búfalo sintió cómo las palmas de sus manos se encontraban apresadas entre lo que parecía las garras de un tigre; intentó mover su cuchillo con todas sus fuerzas, pero fue en vano. Luego, levantó la mirada hacia Nataniel con asombro, y este le dijo con serenidad:
—Te lo preguntaré una vez más. ¿Quién les dijo que vinieran aquí a causar problemas?
—¡Vete a la m*erda! —gritó Búfalo mientras intentaba patear a Nataniel.
Nataniel gruñó y le rompió la pierna derecha a su oponente de una patada, a la vez que le torcía la muñeca derecha hasta rompérsela también.
—¡Aaaah!
Búfalo cayó al suelo y rodó aullando de dolor. Sus compañeros se quedaron todos con la boca abierta al ver esa escena. «¿Cómo alguien puede ser tan cruel?».
Luego los ojos de Nataniel se enfocaron en el grupo.
—Muy bien, ¿quién de ustedes me va a decir quién los envió?
Los cuatro integrantes del grupo entraron en pánico, pero se miraron los unos a los otros y dijeron a coro:
—¡Acabemos con él todos juntos!
—¿Por qué él haría algo así? —Penélope estaba confundida.
—Él quería que le diéramos una lección al Señor Cruz. Si lográbamos asustar al Señor Cruz para que saliera huyendo y dejara aquí sola a la Señora Sosa, entonces el Señor Félix aparecería en el momento adecuado para salvar a la damisela en peligro, e intentaría conquistar a la Señora Sosa al mismo tiempo —dijo Búfalo entre lamentos.
—¡Idiota asqueroso! —recriminó Penélope.
Búfalo les rogó que los perdonaran:
—Nosotros sabemos que cometimos un error. ¡Por favor, déjennos ir!
En ese momento, un Maserati y otros dos sedanes de color negro aceleraron en su dirección. Los tres autos frenaron de golpe, y Félix salió con prisa junto a Espectro y unos cuantos de sus hombres. Félix ni siquiera estaba cerca de ellos, cuando comenzó a gritar como un santurrón:
—¡Bestias! ¿Cómo se atreven a intimidar a una mujer en público? Penélope, no tema. Yo estoy aquí para salvarla.

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