La Torre Arrecife se alzaba hacia el cielo de Cancún como una aguja de cristal y acero.
Era una declaración de intenciones, una estructura ultramoderna que empequeñecía a los opulentos pero anticuados hoteles del Grupo Vega que se extendían por la costa. Parte del edificio todavía estaba envuelto en andamios y redes, un gigante en proceso de nacimiento.
Natalia cruzó el vestíbulo, un espacio vasto y minimalista de mármol blanco y paredes de cristal. El aire era fresco y olía a nuevo. Se sentía a un millón de kilómetros de la grasa y el humo de la cocina del Mirador del Coral.
Un ascensor silencioso y veloz la llevó al último piso. Las puertas se abrieron directamente a una recepción donde la misma asistente de la voz fría la saludó con un asentimiento respetuoso y la guio por un pasillo.
Las oficinas de Matías Arrieta no eran una oficina. Eran un mirador al mundo.
El espacio era enorme, con muebles de diseño minimalista y la última tecnología integrada discretamente en las paredes. Pero lo que robaba el aliento era el ventanal panorámico que ocupaba toda la pared frontal, ofreciendo una vista de ciento ochenta grados de toda la zona hotelera.
Desde allí arriba, los hoteles Vega parecían maquetas en un tablero de juego.
Un hombre estaba de pie, de espaldas a ella, contemplando el paisaje.
Era alto, más de lo que recordaba. Su silueta, recortada contra la luz del sol caribeño, era imponente. Llevaba un pantalón de vestir gris marengo y una camisa blanca de algodón sin corbata, arremangada hasta los codos. Un atuendo sencillo que en él parecía la cúspide de la elegancia.
Se giró lentamente, y Natalia sintió el impacto de su mirada.
Sus ojos eran oscuros, intensos y analíticos. No la miraban, la escaneaban. La evaluaban. No había ni rastro de la lujuria condescendiente de Lorenzo. Esto era algo completamente diferente. Más peligroso, quizás, pero extrañamente, más respetuoso.
—Señorita Ramírez —dijo, su voz tan calmada y profunda como en el teléfono.
—Señor Arrieta.
Él no le ofreció asiento. No hubo charlas triviales sobre el tiempo o el tráfico. Fue directo al grano, un rasgo que Natalia empezó a apreciar al instante.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Se Casó con Otra para Humillarme, Ahora Ruega por Probar mi Sabor