Una curvy para el Alfa romance Capítulo 113

—Tatiana… —

Me colocaba sobre ella, y de nuevo volvían los besos enloquecedores, mis manos en su trasero, las suyas bajando por mis costillas. Me arrodillé en la cama, y cuando me acerqué a ella gemía.

—Pues aquí me tienes, tuyo… solo tuyo— le decía y me inclinaba entre sus piernas, ella jadeaba mientras me unía a ella.

La escuché soltar un suave grito mientras yo gemía sin ninguna restricción. Se sentía perfecta, deliciosa y mejor que nunca y yo gruñía.

—Sebastián… por todos los cielos— decía ella como si no pudiera ni hablar, y yo apretaba mis dientes.

—Cada vez es mejor maldición— rugí.

Mi mano tomaba sus caderas mientras me movía. Tatiana se apoyaba en mis hombros, mientras yo escondía mi cara en su cuello, incapaz de contener mis emociones, mi corazón y mi respiración.

Ella empezó a decir mi nombre una y otra vez, mientras mis manos quedaban marcadas en su piel, tomaba sus muslos y levantaba su cadera para ir más profundo. Por la diosa luna, quería más y más.

—Lo que me estás haciendo Tatiana... tomando todo lo que tengo— le decía y ella parecía sollozar, y su orgasmo la hizo casi convulsionar, ahora yo tomaba el completo control.

Elevaba sus caderas y me movía a un ritmo endemoniado, mientras ella gritaba deliciosamente. En un momento no pudo más y se sujetó de la cama mientras yo seguía obsesionado.

—¡Maldición!— gritaba intentando no marcarla. No ahora, necesito hablar con ella primero. Necesito contenerme.

Hasta que no pude más y me vine en ella con desespero, gimiendo sin control Había pasado demasiado tiempo sin ella, y mi cuerpo por fin se liberaba. Nos quedamos un tiempo así, suspirando, abrazados, recuperando fuerzas.

La levanté con cuidado y aparte el cabello de su rostro, sus labios estaban hinchados y sus mejillas completamente sonrojadas.

Mis dedos iban suavemente por su espalda, su cuello. La deseaba de nuevo…y cerraba los ojos con fuerza.

—Sebastián…mi mate...— suspiraba ella entre besos y yo me declaraba el hombre más satisfecho del mundo. Me dormí sujetándola con fuerza, como si fuera mi mayor tesoro.

Me desperté básicamente en el edén, ella desnuda a mi lado, una mano cerca de su rostro, y la otra rodeándola sobre protectoramente. Recién amanecía y por supuesto, ella no pasó ningún frío anoche.

Me levantaba a buscar algo de comer y encontré un paquete de galletas, ella se revolvía en la cama. Aún no me cansaba de verla así.

—Buenos días…— le decía y ella se despertaba. Podía ver que por unos segundos se preguntaba donde estaba, y cuando me veía, sonreía.

Soy un bastardo feliz.

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