No podía evitar preguntarse si, en el fondo, él seguía importándole, aunque fuera un poco.
—Ya me siento mejor, pero…
Dudaba si debía contarle lo del bebé.
Pero del otro lado de la línea, Fermín interrumpió:
—Si no tienes nada importante, regresa temprano a casa.
—Abi tuvo un accidente de carro. El doctor dice que está débil y ahora necesita cuidarse bien. Cuando vuelvas, prepara más caldos, algo nutritivo. Así Abi podrá recuperarse más rápido.
Al escuchar esto, el leve calor que Macarena había sentido en su pecho se esfumó de golpe, como si le echaran encima una cubeta de agua helada.
Toda la preocupación que creyó leer en él le pareció de pronto una broma pesada.
Recordó que, cuando Fermín se sumió en el alcohol y comenzó a destruirse, ella no pudo quedarse de brazos cruzados. Se inscribió en todo tipo de cursos, y aunque nunca soportó el olor a grasa, se metió a la cocina para prepararle cada día platillos distintos durante un mes, siempre cuidando de su salud.
Jamás lo hizo esperando gratitud.
Pero tampoco imaginó que, para él, todo aquello fuera tan normal que ahora le pidiera hacer lo mismo… por otra mujer.
Macarena dejó escapar una sonrisa cargada de resignación.
Tantos años de matrimonio, y al final solo habían sido una mala broma.
Fermín era de los que estaban al pendiente de Abril día y noche. Si a ella le daba un resfriado, él se enteraba y hasta tomaba un vuelo en la madrugada para cuidarla.
Pero ahora que a Macarena le había pasado algo tan grave, él lo tomaba como si no fuera más que un asunto trivial.
—Que alguien más lo haga —dijo Macarena, con voz serena.
—Abi es muy delicada con la comida —replicó Fermín—. Si lo hace otra persona, no le va a gustar.
Macarena se quedó en silencio un momento.
Y después, sonrió.
—Fermín, soy tu esposa, no tu empleada.
—¿Qué quieres decir con eso? —la interrumpió, arrugando la frente.
—Lo que escuchaste.
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