Apenas se sentó Iris en el reservado, sintió una mirada peligrosa clavada en ella. Inspeccionó a su alrededor, pero no vio nada fuera de lo común.
—Iris, ¿qué pasa? —le preguntó con curiosidad su amiga de toda la vida, Ángela Girón.-
Iris negó con la cabeza.
—Nada. Supongo que he pasado tanto tiempo sin salir que ya no estoy acostumbrada.
Ángela suspiró, mirándola con una profunda compasión.
—La verdad, casi no te reconozco cuando te vi en la entrada. En estos tres años no has contactado a nadie, y yo siempre pensé que te iba bien, por eso no me atrevía a molestarte. No tienes idea de lo feliz que me hizo recibir tu llamada, pero resulta que… ¿es cierto que te vas a divorciar?
—Es cierto —respondió Iris con calma.
Ángela se mordió el labio y preguntó con cautela:
—¿Tú se lo pediste?
—Él.
—¡Maldita sea! ¡Ese desgraciado de Solano! ¿Cómo se atreve a pedirte el divorcio? ¡Debe tener el cerebro lleno de porquería y gusanos en los ojos para no ver lo que tiene! ¿Acaso no sabe cuántos hombres te pretendían en Santa Flora? ¿No tiene idea de lo que vales? ¿No sabe que la fila para casarse contigo le daría la vuelta a la ciudad? ¡Ay, qué rabia me da! ¡Tener un tesoro en las manos y no darse cuenta! ¡Qué ciego está!
La forma en que Ángela la defendía con tanta vehemencia hizo que Iris esbozara una sonrisa.
—Y todavía te ríes. ¡Parece que a ese Solano se le cruzaron los cables! Pero bueno, si te vas a divorciar, te apoyo. ¡Ese ciego no te merece! En cuanto firmes, te vienes conmigo de vuelta a Santa Flora, y volveremos a divertirnos como antes. ¡A recuperar nuestra vida!
Al recordar los viejos tiempos, los ojos seductores de Ángela se llenaron de nostalgia. En aquel entonces, Iris era tan libre, tan radiante. Y ahora… Ángela sentía ganas de encontrar a ese tal Solano, meterlo en un saco, darle una paliza, desnudarlo y abandonarlo en plena calle para que al día siguiente fuera la comidilla de todos los noticieros.
Iris bebió un sorbo de su copa sin decir nada. Cuando uno está mal, es difícil encontrarle el gusto a algo, pero tampoco era de las que se desahogaban a gritos y lamentos. "A beber", pensó. El alcohol era un buen remedio; quizás con unas copas de más, el corazón dolería un poco menos. Mañana, después de divorciarse, se iría de ese lugar.
Al ver que Iris solo bebía en silencio, Ángela supo que debía estar destrozada. La acompañó con unas copas y, de repente, se acordó de alguien.
—Oye, Iris, ¿te acuerdas de Fidel de la Torre?
Iris negó con la cabeza.
La música del bar estaba muy alta, pero la voz de Ángela tenía una fuerza impresionante. Su grito atrajo la atención de varias personas, sobre todo porque provenía de una mujer tan despampanante.
—Fidel, ¿la conoces? —le preguntó con una ceja arqueada el joven de alta sociedad que lo acompañaba.
Apenas llegaba a Nueva Fortuna y ya una belleza se había fijado en él. ¿Se podía tener más suerte?
—Es Ángela, la heredera del Grupo Girón. Tu familia y la suya… creo que tienen una vieja rencilla.
Simón Henríquez se quedó sin palabras. ¿Una vieja rencilla? Era más bien una enemistad a muerte. ¿Qué hacía ella en Nueva Fortuna en lugar de estar en Santa Flora?
Antes de que Simón pudiera preguntar cómo se conocían, vio que Fidel ya se dirigía hacia ella.
—Justo le estaba hablando de ti a Iris, y de repente apareces. ¡Mira qué casualidad! —lo saludó Ángela con entusiasmo.
Iris sintió que alguien se sentaba a su lado en el sofá. Un aroma limpio a sándalo invadió sus sentidos. Era un perfume muy agradable.

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