La noticia de la que todos hablaban ocupaba la portada de los principales medios: [El presidente de Grupo Méndez, Isaac Méndez, adquiere joyas antiguas por trescientos millones].
Sin pensarlo mucho, los dedos de Selena se movieron solos sobre la pantalla, tecleando “Isabel Ríos” en la barra de búsqueda. En cuestión de segundos, apareció un perfil de Instagram impecable, lleno de fotos perfectamente cuidadas.
Selena dudó un poco antes de abrirlo, pero al final, la curiosidad pudo más.
La última actualización era de la noche anterior.
Isabel lucía un vestido de gala color verde oscuro, y sobre su cuello y orejas resaltaba el juego de joyas de zafiro, brillando como diminutas estrellas bajo la luz: era el mismo conjunto que había visto en la subasta.
Isabel sonreía, de pie en medio de un jardín con estilo europeo, mientras al fondo, el salón de fiestas resplandecía iluminado.
El texto que acompañaba la foto era escueto: [Una noche para revivir recuerdos].
Selena fue deslizando el dedo por la pantalla. En las fotos, Isabel aparecía platicando con figuras conocidas del mundo social, o levantando su copa con una sonrisa perfecta.
Pero al llegar a la última imagen, el corazón de Selena se detuvo por un instante.
En un rincón de la foto, apenas visible y desenfocado, reconoció una silueta que le resultó demasiado familiar: era el perfil de Isaac. Él estaba inclinado hacia Isabel, platicando con una expresión de atención y ternura en los ojos.
La mano de Selena empezó a temblar de rabia. Tal vez porque sus peores miedos, aquellos que había querido ignorar, ahora estaban frente a ella. Cerró la aplicación casi de forma automática, tomó aire hondo y trató de calmarse.
Justo entonces, el timbre sonó de repente.
Por el visor de la puerta, vio a Isaac, quien no había dado señales de vida en tres días.
Estaba ahí, afuera de su apartamento, con el saco colgado despreocupadamente sobre el brazo, la corbata floja y los dos primeros botones de la camisa desabrochados.
Apenas abrió la puerta, Isaac la jaló hacia él. La abrazó con una mano en la nuca, y con la otra cerró la puerta tras de sí.
—¿Me extrañaste?
Sin darle oportunidad de responder, la arrinconó contra la pared de la entrada y la besó con una pasión desesperada, dejando en sus labios el sabor a tabaco. Solo aflojó la presión cuando Selena empezó a golpearlo en el hombro, buscando aire.
Isaac bajó los labios por la línea de su quijada hasta el cuello y aspiró profundo, como si quisiera grabar ese aroma en su memoria.
—¿Por qué tienes esa cara…? Te ves agotada. ¿Otra vez no pudiste dormir en estas noches frescas de otoño? —le acarició la piel debajo de los ojos, donde se notaban las ojeras, y de repente soltó una risa suave—. ¿O será que si no estoy a tu lado, ni siquiera puedes dormir?
Selena no respondió. Su mirada se perdió, esquivando la de Isaac. Justo ahora, lo último que quería era ver esa cara que tanto había amado, esa misma cara que sentía que la había traicionado, destruyendo la confianza y el cariño que le había entregado.
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