El semblante de Emilio se ensombreció de golpe. Justo cuando iba a soltar a Abril, ella lo detuvo, sujetándolo con fuerza.
—Emilio, todavía no me siento bien… ¿Puedes acompañarme a recoger la medicina?
Frunció el ceño, apartando la mirada del lugar donde esa figura se había desvanecido. Asintió sin mucho entusiasmo.
Emilio llevó a Abril a la farmacia y, mientras esperaban el medicamento, ella lo observó. Notó que estaba ausente, con la mente en otro lado. Sonriendo de manera forzada, se acercó a él.
—Emilio, Santi quiere ir a un kinder privado, pero no tiene papeles. Quería saber si podríamos pasar a Santi a tu nombre, aunque sea solo por un tiempo…
Temiendo que él se negara, Abril agregó rápidamente:
—No te preocupes, es solo temporal. Nadie se va a enterar, te lo aseguro.
Emilio la miró de arriba abajo, evaluándola con calma.
Abril, sin atreverse a apartar la vista, apretó los puños en silencio.
—Emilio, ¿estás molesto?
—No me parece correcto ponerlo a mi nombre —respondió él con el mismo tono inexpresivo—. Pero podría pedirle a mi madre que lo registre como su hijastro.
Abril se quedó sin palabras.
La familia Arce… ¿hijastro?
¿Eso no convertiría a su hijo en un “hermano menor” de Emilio? ¿Entonces ella, la madre, qué papel jugaría en todo esto?
Emilio la sostuvo con la mirada, sus ojos oscureciéndose un poco más.
—¿No te parece bien?
Abril no se atrevió a dejar ver lo que pensaba.
—No… tú decides, está bien.
Él asintió apenas y no añadió nada más.
Abril apretó los dedos, sintiendo la frustración arderle por dentro. Pero se obligó a serenarse. No era momento de presionar.
Al final, mientras su hijo lograra entrar en la familia Arce y se ganara el cariño de los mayores, tarde o temprano ella podría cambiar su suerte.
...
Esa noche, Emilio no volvió a casa.
Antes, Celina siempre dejaba una luz encendida para él. Ahora, ya no.
Porque si regresaba o no, había dejado de importar.
Celina se preparaba para ir al hospital cuando, bajando las escaleras, se topó de frente con Abril y su hijo.
Quiso ignorarlos, pero Abril la llamó:
—Celina.
Celina detuvo el paso y volteó.
—¿Qué se te ofrece?
—¡Eres mala! ¡No toques a mi mamá!
Celina soltó el celular, que cayó al suelo. Santiago, furioso, lo pisoteó varias veces.
—¡No tienes ni tantita educación! —Celina lo apartó sin pensarlo mucho, y el niño se fue de sentón, llorando a todo pulmón.
En ese momento, Emilio llegó. Detuvo el carro al costado de la banqueta y bajó de inmediato, cruzando la calle con pasos largos.
—¡Celina!
En su apuro, ni se fijó en si Abril sospechaba de su relación, y la llamó directamente por su nombre.
—¡Papá! ¡Esa mujer es mala, me empujó! —Santiago berreaba, con el drama de un niño que se siente incomprendido.
Abril se volvió para revisar si Santi tenía algún golpe, el gesto endurecido.
—Celina, si tienes algo que reclamarme, dímelo a mí, no descargues tu rabia en un niño.
Celina respiró hondo, apretando los dientes.
—¿Y por qué no dices nada de que Santi pisoteó mi celular, señorita Rojas?
Abril desvió la mirada.
—Santi… no lo hizo a propósito.
—Una vez puede ser un accidente, pero cuando lo hace varias veces, eso ya es con mala intención.
—Celina —la voz de Emilio sonó cargada de molestia.

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