—¿Cuántos años tienes? ¿Todavía te vas a poner al tú por tú con un niño?
Celina se quedó inmóvil, atónita. Ya sabía que él no le iba a creer, pero esa preferencia descarada le dolía como si le clavaran una espina.
Con la vista empañada y sintiendo un ardor en los ojos, tragó la angustia y apretó los labios.
—¡Yo no lo empujé!
Emilio soltó una risa desdeñosa.
—¿Entonces me estás diciendo que un niño de unos cuantos años se cayó solo y ahora te quiere echar la culpa?
A Celina le tembló el pecho. Por más que supiera que él nunca iba a confiar en ella, ¿para qué seguía explicando?
Bajó la cabeza, intentando recuperar la compostura.
—Ya ni modo, fue mi mala suerte cruzarme con ustedes, ¿está bien?
Giró sobre sus talones para irse.
—Detente.
Celina se quedó estática, sin mirar atrás.
—Santi al final de cuentas es solo un niño, no hay necesidad de que te enganches así —dijo Emilio, con un tono menos tenso—. Pídele perdón a Santi.
—Emilio, mejor ya déjalo así… —intervino Abril, intentando defender a Celina.
La mirada de él se volvió cortante.
—Si uno comete un error, tiene que reconocerlo. Lo correcto es pedir disculpas.
Los dedos de Celina se apretaron tanto que las uñas casi le atravesaron la palma. Sin embargo, parecía que ya ni sentía el dolor.
Volteó despacio, mirando de frente a Emilio, y señaló hacia la cámara de seguridad bajo el poste de luz.
—En Villa de la Paz hay cámaras por todos lados. Antes de lanzarte de héroe, ¿por qué no revisas los videos primero?
—Si en las cámaras se ve que yo fui quien se equivocó, entonces claro que puedo pedir perdón. Pero si no es mi culpa, no pienses que voy a disculparme.
Sin esperar respuesta, Celina giró y se alejó.
Emilio sintió un apretón en el pecho, su semblante se oscureció.
Abril, al oír la palabra “cámara”, se puso nerviosa. Temía que Emilio fuera a revisar el video y la descubriera. Así que se apresuró a cambiar de tema, jalándolo del brazo.
—Emilio, mejor vámonos, Santi ya casi llega tarde. Además, yo confío en que Celina no lo hizo a propósito.
No podía dejar que Emilio revisara las cámaras. Cambió de tema lo más rápido que pudo.
—Emilio, Santi va a llegar tarde, vámonos, ¿sí?
Emilio soltó el brazo de Abril.
—Ya le avisé a la directora. Llévate a Santi, ella se va a encargar de todo. Yo tengo una junta.
Se fue directo al carro.
Abril miró cómo Emilio se alejaba conduciendo, apretando la mano de Santi por instinto, hasta que el niño se quejó.
—Mamá, me duele.
Santiago se quejaba porque ella lo estaba apretando demasiado. Abril reaccionó, se agachó y lo tomó de los hombros. Su mirada se volvió sombría, pero con una chispa de satisfacción.
—Santi, lo hiciste muy bien hoy. Eres un campeón.
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