Después de cinco años en estado vegetativo, Tatiana Molina despertó.
Lo primero que escuchó fue la voz de su esposo, Valeriano Ruiz, con ese tono suave y grave que solía derretirle el corazón.
Sentía su mano acariciando su cara, mientras murmuraba tan cerca que el aliento le rozaba la piel:
—Tati, para mí ya no sirves de nada. Quédate dormida, no vuelvas a despertar nunca.
¡Maldito!
Tatiana apretó los puños con tanta fuerza que las uñas se le clavaron en las palmas. Solo así logró aguantar las náuseas que le revolvían el estómago.
Conoció a Valeriano cuando tenía doce años y se casó con él a los veinte. A los veintidós, dio a luz, pero todo se torció: hubo complicaciones y, para salvar a sus dos hijos, Tatiana terminó en estado vegetativo.
Los médicos aseguraron que apenas mantenía funciones vitales, sin conciencia ni sensibilidad; en otras palabras, solo era una muñeca que respiraba.
Pero la verdad es que Tatiana escuchaba y sentía todo lo que pasaba a su alrededor. Simplemente, no podía despertar.
Nunca imaginó que esa desgracia le permitiría descubrir la verdadera cara de Valeriano…
...
Una enfermera tocó la puerta y entró con voz suave.
—Señor Ruiz, ya terminó el horario de visita de hoy.
Valeriano le regaló una sonrisa encantadora a la joven enfermera, como si le estuviera agradeciendo algo muy especial.
—Gracias, ya me voy.
Antes de salir, como siempre, se inclinó y le dio un beso en la frente a Tatiana, con una ternura que habría conmovido a cualquiera.
—Tati, despierta pronto… Te voy a esperar siempre, te amo con todo mi corazón.
Tatiana solo pudo burlarse en silencio.
¡Tremendo talento para actuar! Y todo ese show dedicado a una mujer que, según él, ni siquiera podía percibirlo. Qué desperdicio.
Pero Valeriano sí tenía público. Afuera de la habitación, dos enfermeras lo miraban irse con ojos de admiración y cierta tristeza.
Irene suspiró.
—El señor Ruiz es el mejor esposo que existe. Cinco años y nunca ha dejado de venir a ver a su esposa en coma.
—No solo es guapo —añadió Victoria, torciendo la boca con un dejo de envidia—, también vale cientos de millones de pesos. Hay montones de mujeres que darían lo que fuera por estar con él, pero en cinco años ni un solo escándalo… Qué bárbaro. —Resopló—. Esta Tatiana seguro hizo algo bueno en otra vida para ganarse semejante marido.
Y también le decía:
—Este es nuestro primer año juntos. Nos quedan diez, cincuenta años más por vivir lado a lado.
Quién diría que esas palabras podían ser tan falsas, que hasta el amor se podía fingir con tanta naturalidad…
Ahora, desde la ventana, Tatiana contempló con rabia cómo Margarita Espinoza, la secretaria de Valeriano, bajaba del carro que antes fue suyo, luciendo tan segura que cualquiera la habría confundido con la dueña.
Margarita corrió hacia Valeriano con una sonrisa enorme, pero tropezó con algo y estuvo a punto de caer. Valeriano reaccionó de inmediato, corrió y la atrapó justo a tiempo.
La preocupación y el nerviosismo en el rostro de Valeriano… Eso, Tatiana nunca lo había visto.
Para él, Tatiana era de hierro, incapaz de sentir dolor o cansancio, y siempre obedecía como si fuera una mascota.
En cambio, con Margarita, Valeriano era otro: atento, protector, dispuesto a todo.
Tatiana sintió un nudo en la garganta y, por primera vez, el deseo de recuperar su vida ardió dentro de ella, más fuerte que nunca.
Ya era hora de dejar de ser la sombra de una esposa perfecta.
Era hora de despertar de verdad.

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