Leandro salió de la casa para reunirse con Dragón Azul, a quien había ordenado que lo esperara afuera.
—¿Qué puedo hacer por ti, señor?
—Quiero que te pongas en contacto con estas empresas. —Leandro le entregó una lista de nombres de empresas.
A la mañana siguiente.
Aarón despertó a Zamira bien temprano.
—¿Dónde diablos está Leandro? Supongo que salió anoche a buscar financiación, ¿pero por qué tarda tanto en volver? No hace nada bien. ¡Es un perdedor nato, un inútil! —dijo con desaprobación.
A Zamira la enfureció pensar que Leandro ni siquiera se molestó en informarle que estaría fuera toda la noche.
—Será mejor que firmemos el contrato antes de que sea demasiado tarde. ¡Vamos a reunirnos con Gerardo ahora!
Gerardo y sus hombres ya estaban esperando en la mansión familiar cuando Zamira y su familia llegaron. Los saludaron con una sonrisa eufórica. Ver a los tres venir suplicando con el rabo entre las piernas era demasiado gratificante para ellos.
—Debías haber sabido que ibas a hacer el ridículo, Aarón —se burlaron Enrique y Fabián—. ¿No se dan cuenta de que era imposible que consiguieran las inversiones?
Aarón bajó la cabeza y dijo débilmente:
—Estamos aquí para firmar el contrato, papá. —La ira se acumuló en su pecho al pensar en Leandro. Si no les hubiera aconsejado esperar tres días más, lo habrían firmado el mismo día en que se lo ofrecieron; en aquel momento habría parecido más respetable. Ahora que tuvo que rogarles por el contrato, era cualquier cosa menos respetable a los ojos de Gerardo y compañía.
Dado que el contrato era el último recurso para Zamira, Aarón parecería desesperado y derrotado a los ojos de los López. Él y su familia nunca se habían sentido tan humillados. «Todo esto gracias a Leandro».
—Sí, estamos listos para firmarlo ahora, abuelo —informó Zamira.
—Claro que podemos hacerlo, pero las condiciones cambiaron. —La expresión de Gerardo cambió y dibujó una sonrisa sombría—. Ahora ya no pedimos el noventa, sino el noventa y cinco por ciento de los beneficios. El cinco por ciento restante sería tuyo.
Esa repentina y terrible sorpresa sacudió a Zamira, quien miró a su abuelo con incredulidad; él acababa de soltarle una bomba.
—¿Qué? ¿No habíamos acordado un noventa por ciento para ustedes y un diez por ciento para nosotros?
—¿No sabes que los términos cambian? Esa es nuestra oferta. Tómala o déjala —dijo Gerardo con desprecio.
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