—Sin embargo, me temo que han malinterpretado la cantidad de financiación que busco. La cantidad que mencionaron está muy por encima de lo que pido. Solo necesito cien millones para el proyecto —añadió Zamira.
—Solo diga la cantidad, Señorita López. A menos que pida decenas de miles de millones, estoy dispuesto a invertir miles de millones en su proyecto —dijo Lorenzo con aire de complacencia.
Sus palabras hicieron que la presión sanguínea de Gerardo subiera un tanto al oír que estaba «dispuesto a invertir miles de millones en su proyecto». Le tambaleaban las piernas y veía estrellas dando vueltas en su cabeza.
La mente de Zamira era un torbellino y se estremeció al responder:
—Escuchen, me honra su abrumador interés en mi proyecto, pero ciento cincuenta millones serían más que suficientes.
—¿Qué le parece esto? —Feliciano recorrió la habitación con la mirada y sugirió—: Ya que somos quince, ¿por qué no aportamos diez millones cada uno? ¡Esa sería la solución perfecta! Nos daría la oportunidad a todos de ayudar a la Señorita López. No lo veamos como una inversión o un préstamo; ¡sería un regalo para ella!
¡Glub! Aarón y Catalina tragaron en seco con tanta fuerza que todo el mundo pudo oírlos. «¿Un regalo de ciento cincuenta millones para nuestra hija? ¿Cómo fue que se convirtió de repente en una máquina de hacer dinero? Le están rogando para que ella acepte su dinero».
—No, no puede ser un regalo. Debemos tratarlo como una inversión —insistió Zamira.
—No pasa nada, Srta. López. ¡Diez millones no son nada para nosotros!
—Eso, para mí es solo una nimiedad.
Cada empresario insistió en que debían tratar los diez millones como un regalo para ella.
—Oigan, ¿no han oído lo que acaba de decir? —intervino Leandro con brusquedad—. Ella dijo que debería ser una inversión.
El repentino impulso de Leandro hizo que los multimillonarios temblaran de horror.
—¡Sí! ¡Claro que sí! Debería ser una inversión —asintieron todos enérgicamente.
—Entonces, señoras y señores, ¿les importaría ir a mi empresa Prados Imperiales para firmar el contrato? —preguntó Zamira.
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