Zamira creyó que su explicación era convincente. «Entonces estos multimillonarios aparecieron aquí para invertir en mi proyecto simplemente porque querían complacer a peces gordos como Dragón Azul y Orlando».
—Así que, ¿tuviste que explicarle a cada uno de ellos en persona? —Zamira miró a Leandro y sintió un dolor en su pecho al pensar en todo lo que él debió haber pasado para lograr convencer a esos multimillonarios.
—Sí, así fue. De hecho, fue bastante agotador. —Leandro sonrió con gentileza.
En realidad, todo lo que él necesitó fue una simple oportunidad para hablar porque tenía un gran poder de convencimiento.
—Te debo esta Leandro —dijo Zamira agradecida—; gracias a ti vamos a poder lograrlo.
—Tienes razón. Leandro se merece todo el crédito. Él fue quien revirtió la situación. Yo casi me había dado por vencido. —Aarón estaba muy satisfecho con el papel desempeñado por Leandro.
—De hecho, yo todavía estoy procesando todo esto —dijo con entusiasmo Catalina, quien ahora comenzaba a ver a Leandro de forma más positiva—. Leandro, ¿por qué no te pones ropa limpia? Ya llevas tiempo con esa ropa —dijo Catalina—. Ponla en el cesto de la ropa sucia para llevarla a lavar al hospital. Yo estoy de guardia mañana y necesito lavar mi uniforme también.
—Está bien, suegra. —Leandro sonrió de forma traviesa—. Gracias.
Al día siguiente, Zamira y Leandro continuaron trabajando en su proyecto, mientras que Catalina llevó la ropa sucia a la lavandería del hospital, donde, además de lavar, también podía esterilizar la ropa. Además, era un servicio gratis y muy conveniente para ella que trabajaba en el hospital. Ella había estado utilizando el servicio de lavandería del hospital desde que la situación financiera de su familia comenzó a ir de mal en peor debido al fracaso del negocio de Aarón.
—Oye, ¿volviste a traer tu ropa sucia a lavar aquí para ahorrar dinero? —preguntó con voz penetrante una mujer que entró a la lavandería—. ¿Eres tan tacaña? ¿Tu familia no administraba una gran empresa?
El nombre de aquella mujer era Selena Quintana. Ella trabajaba en el mismo departamento que Catalina. Las dos eran las candidatas favoritas para ocupar el puesto de subdirector del departamento. Ellas nunca se habían llevado bien. Dentro de muy poco tiempo se iba a anunciar quién sería el próximo subdirector. A ninguna de las dos le caía bien la otra; Selena era una persona irritable y nunca dejaba escapar una oportunidad para burlarse de Catalina.
Luego encontró la billetera de Leandro, pensó por un momento y la abrió. Había algunas monedas sueltas dentro y también estaba la foto de la boda de Leandro y Zamira, así como dos tarjetas pequeñas, unos flashdrives y una identificación. Una de las dos tarjetas era negra y pertenecía a un banco.
»Este chico es un pobretón. ¿Cuánto dinero puede tener en esta tarjeta? —dijo Catalina en tono de burla y puso la tarjeta de banco a un lado.
Ella no sabía que la tarjeta negra era una edición limitada de American Express sin límite de gastos ni fronteras. Con esa tarjeta se podía comprar cualquier cosa, hasta un avión. La otra tarjeta era de color verde militar y tenía el logo del francotirador.
Catalina no le prestó atención los flashdrives, sino a la identificación. Era de color rojo y decía «Identificación de Oficiales»; además, tenía el símbolo del Equipo de Máxima Seguridad.
»¡Mmm! ¿Una Identificación de Oficiales para un ex convicto? —dijo Catalina con desdén—. ¿Crees que eso te convierte en un oficial de verdad? —Luego, después de pensarlo bien, abrió la identificación.

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