Ese golpe fue una gran sorpresa para todos. Emilio se quedó pasmado, al igual que Abigail y los demás presentes en el salón; todos habían quedado con una expresión vacía.
…
Había tanto silencio en el salón que se podía escuchar una gota de agua caer. Leandro encendió un cigarrillo e inhaló profundamente. El humo que dejó salir de su boca en forma de círculo rodeó a Tomás como una cadena fantasma.
—Yo me acuerdo de ti —dijo Leandro impasible.
Tomás sonrió con amargura al escuchar eso. «Ahora estoy perdido; estar en la lista negra de Leandro solo me puede traer desgracia».
Emilio, sin saber quién era Leandro en realidad, todavía estaba tratando de hacer valer su autoridad.
—¿Cómo te atreves a tirar el humo de tu cigarrillo sobre Tomás? ¿Te quieres morir?
—¡Silencio! —Tomás se puso de pie y de una patada empujó a Emilio a unos metros de ahí—. ¡Arrodíllense todos! —gritó a sus hombres.
¡Smac! ¡Smac! ¡Smac!
Los hombres que venían con Tomás y Emilio cayeron de rodillas, uno tras otro como fichas de dominó. Emilio también se arrodilló, aunque no tenía idea de lo que estaba pasando. Todos se preguntaban quién era Leandro en realidad. Querían saber quién podía tener tanta autoridad como para asustar de esa forma a un poderoso matón como Tomás y hacerlo arrodillarse nervioso como una gallina.
Yannier, mejor que nadie, sabía que debido a la fama que tenían Tomás y Emilio, ellos no eran del tipo de gente a las que se podía estar molestando. «El cuñado de Abigail debe ser alguien de suma importancia para hacerlos arrodillarse». Él sabía eso mejor que nadie en el salón.
La impresión que Abigail tenía de Leandro había cambiado por completo. Ya no lo miraba con desprecio, sino con curiosidad y adulación. Ahora, ante sus ojos, Leandro parecía tener un halo de valor alrededor de su cabeza. Ella estaba encantada hasta con su forma de fumar. Las demás chicas también estaban encantadas con Leandro, quien reflejaba una hombría y carisma que no se podía encontrar en ninguno de sus compañeros de clase. La valentía que él había demostrado en ese momento hizo que ellas lo admiraran al máximo.
—Entonces, ¿esta es la segunda vez que nos vemos? —preguntó Leandro.
—Sí… Sí… Sí… —respondió Tomás mientras inclinaba su rostro hacia el suelo. Tenía tanto miedo que no quería ni mirar a Leandro a los ojos. Todo su cuerpo temblaba descontrolado y sus pantalones estaban manchados de orina. Se había orinado en los pantalones.
—¿Qué vamos a hacer al respecto? —Leandro exhaló otro círculo de humo.
—Por favor, haga lo que usted considere con nosotros, señor… —En ese momento, Tomás estaba muy desesperado.
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