—Basta o le contaré a Zamira —advirtió Leandro, sin mostrar el más mínimo interés por ella.
—¡Argh! ¡Qué hombre tan aburrido! —Abigail regresó a su asiento con desdén.
Abigail y Leandro fueron al Centro Comercial de Colina del Norte. Ese era el edificio más concurrido y emblemático del lugar. En el último piso, había un restaurante giratorio que era el más fastuoso de Colina del Norte, conocido por su chef que tenía tres estrellas Michelin y por sus elevados precios. Una simple comida allí podía costar con facilidad más de cien mil y era imposible llegar y comer. Si querías entrar a ese restaurante, debías reservar con un mes de antelación y hacer un depósito de cincuenta mil. Cada vez que ellos abrían su sitio oficial de reservaciones, se agotaba la disponibilidad en menos de un minuto. Así que se necesitaba más que dinero para poder comer en ese lugar. Las personas que comían allí eran principalmente hombres de negocio adinerados y estrellas famosas. Si tenías la suerte de hacer una reservación, el restaurante te enviaba un menú dorado y plateado. Comer en ese lugar era un símbolo de buena posición.
»¿Por qué me trajiste al Centro Comercial de Colina del Norte, Leandro? Imagino que no estés aquí para comprar un collar para regalarle a Zamira en su cumpleaños, ¿verdad? —Abigail sacudió la cabeza y preguntó—: ¿Quieres hacer una reservación en el restaurante giratorio?
—¡Eres una chica inteligente! —Leandro la halagó mientras sonreía.
—Yo sé que tú no eres del tipo de hombre que compraría las mismas cosas que los demás, como un collar. —Abigail guiñó un ojo a Leandro—. ¿Por qué no buscas un regalo romántico y especial? —Sin embargo, dijo de pronto con sagacidad—: Aunque ellos solo aceptan reservaciones con un mes de antelación. Además, hay que hacer un depósito de cincuenta mil cuando reservas.
—¿En serio? Yo no sabía que ellos tenían esas reglas. —Leandro estaba sorprendido. Él solo sabía que era un restaurante famoso, pero no tenía idea sobre esas reglas excéntricas.
—Yo conozco las reglas porque el dueño de este restaurante es el padre de uno de mis compañeros de clase. Él me ha invitado aquí en varias ocasiones —explicó Abigail.
—Ya veo —asintió Leandro.
—Pero yo no he aceptado sus invitaciones, Leandro. —Abigail tuvo miedo de que Leandro pudiera sacar alguna conclusión—. Yo no soy de esas que se regala porque un hombre la invite a un restaurante de lujo.
—¿Por qué me estás dando explicaciones? —Leandro frunció el ceño—. Apúrate, vamos al restaurante ahora, no importa cuáles sean sus reglas.
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