Estos años, el dolor y la enfermedad estuvieron a punto de quebrarlo. Si no fuera por su fuerza de voluntad y las medicinas que lo mantenían apenas a flote, ya habría muerto hace tiempo, ni hablar de sentir esa sensación de bienestar que recorría su cuerpo en ese momento.
Pero justo ahora, algo extraño brotó en su interior. Esa comodidad era como si el veneno dentro de él se hubiera desvanecido, como si por fin volviera a sentirse una persona normal.
—Listo —Mariana retiró la mano.
Ella se apartó, caminó hacia un lado, abrió la llave del agua y se lavó las manos. Al girarse, lo miró desde arriba, con una mirada tan firme que parecía tener el control de todo.
Sus ojos almendrados se cruzaron con los ojos profundos de él, y no pudo evitar notar su torso desnudo, los músculos marcados y la línea bien definida de su abdomen. La toalla apenas y le cubría de la cintura para abajo.
—Ejem... —Mariana se quedó pasmada, su cara tranquila se tiñó de un rubor repentino.
Desvió la cabeza enseguida, apartando la mirada. El aire en el baño se volvió tan cargado y extraño que, incómoda, apresuró el paso hacia la salida, aunque sus pies parecían tropezar entre sí.
—Ya se hizo un poco tarde, mañana temprano tengo que salir a grabar el programa, así que me voy a dormir —murmuró Mariana mientras salía casi huyendo.
Apenas llegó a la puerta, la voz ronca de Adrián la detuvo.
—Espera.
—¿Eh? —Mariana se frenó, mirándolo con desconcierto.
Adrián volteó hacia ella, pero sus ojos se dirigieron más allá, hacia la mesa del cuarto. Con voz grave, explicó:
—Hoy en la tarde, el mayordomo fue al banco y consiguió una caja fuerte. Ahí guardó todos los regalos de compromiso.
—La llave y tus documentos están ahí, en la mesa —dijo Adrián, su voz aún rasposa.
Mariana siguió la dirección de su mirada y vio su identificación y una llave sobre la mesa. Se acercó a recoger sus cosas.
—Llévate también la llave, todo eso es para ti —añadió Adrián, sin voltear; parecía adivinar que Mariana solo había tomado sus documentos y no la llave.
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