Mariana volteó con cierta duda y vio al mayordomo acercarse con una caja de comida en la mano. Él le dijo en voz baja:
—El joven dio la orden, dijo que usted hoy iba a salir y seguramente no tendría tiempo de desayunar.
—Le preparé algo para llevar, para que coma durante el camino —agregó el mayordomo, extendiéndole la caja.
Jamás se le hubiera ocurrido que se tomarían la molestia de prepararle algo de comer. Cuando vivía con la familia Salinas, aunque estuviera ocupada, nadie le apartaba comida; y si sobraba algo, era pura suerte que pudiera comer un poco después.
Sin embargo, ya estaba acostumbrada a la vida en la montaña y nunca fue de hacer dramas por esas cosas, así que tampoco le daba tanta importancia.
Pero al ver el gesto del mayordomo, se quedó pasmada. Era la primera vez que alguien se esmeraba en preparar algo para ella. Una mezcla de emociones le revolvió el pecho.
—Gracias —alcanzó a decir Mariana, recibiendo la caja con ambas manos.
El mayordomo la observó mientras ella salía. Llamó al chofer para que la llevara, pero Mariana lo detuvo enseguida.
—No hace falta que me lleven, ya pedí un carro por aplicación y está a punto de llegar. Voy a grabar un programa y no me conviene usar el carro de ustedes, no vaya a ser que los paparazzi saquen fotos y les cause problemas —explicó Mariana.
A ella no le importaba mucho, pero si podía evitarles complicaciones, mejor.
En el fondo, sabía bien que ese programa era un truco de la familia Salinas. Querían aprovechar el último momento para hacerle la vida imposible, y no era descabellado pensar que incluso podría estar en peligro. Así que, si podía mantener a la familia Ríos fuera de todo eso, mucho mejor.
—Entendido —respondió el mayordomo, inclinando un poco la cabeza.
Se quedó parado en la entrada, mirando la figura de Mariana alejarse, maleta en mano, solitaria pero fuerte. Por un instante, el mayordomo se perdió en sus pensamientos y, cuando el carro arrancó y se fue, murmuró en voz baja:
—La señora no se parece en nada a esas chicas ricas de otras familias...
...
Él, atento, giró un poco la cabeza y le contestó con respeto:
—Es más o menos una hora y media. Antes de las nueve seguro llegamos.
La voz le resultó familiar. Mariana se quedó inmóvil unos segundos, luego levantó la mirada y lo vio de perfil. Era el mismo chofer que la había llevado a comprar medicinas la noche anterior. ¿Pero no era chofer de la familia Ríos? ¿Por qué ahora manejaba un carro de aplicación?
Pensó en cómo, apenas pidió el carro desde el segundo piso, enseguida alguien aceptó el viaje y el carro llegó casi de inmediato a la puerta. Eso no era normal.
Estaba clarísimo: alguien ya sabía que ella pediría un carro y lo habían dejado estacionado afuera para esperarla. La mansión Ríos estaba bastante alejada, normalmente no pasaban tantos carros por la zona.
Mariana lo miró un momento, pero decidió no preguntar más. Solo giró la cabeza hacia la ventana y se quedó en silencio.
El viaje transcurrió entre cabeceos. Mariana se recostó y, sin darse cuenta, se quedó dormida. Cuando despertó, el carro ya estaba llegando al muelle; eran las ocho cuarenta.

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