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Cuando al fin ella se rindió, él se enamoró romance Capítulo 457

Rodolfo vio el repentino caos en la sala, donde todos intentaban como locos correr hacia afuera. Se apresuró a calmarlos, gritando a todo pulmón:

—¡Todos, mantengan la calma! ¡No entren en pánico!

Pero ya nadie lo escuchaba porque descubrieron la cuenta regresiva en la pantalla. Frente a la amenaza de la muerte, la naturaleza humana es frágil. No obstante, todas las puertas del salón ya estaban selladas. Todos estaban atrapados, sin posibilidad de salir. Los guardaespaldas que estaban afuera también habían desaparecido por completo.

Cuando Nicolás y varios tripulantes subieron desde la bodega, el lugar ya era un caos total. Se acercó rápidamente a César y a Celia.

—Solo queda un bote salvavidas en el crucero. Los demás se los llevaron. Mientras estábamos todos reunidos aquí, su gente escapó a escondidas.

Al oír las palabras de Nicolás, Rodolfo palideció ligeramente.

—¿Solo hay un bote? ¿Para cuántas personas?

—Para unas diez —Nicolás miró la cuenta regresiva en la pantalla—. Me temo que ya no hay tiempo suficiente.

—Cierto. Incluso si nadáramos, esta distancia es imposible de cruzar. Y ni hablar de que entre nosotros hay ancianos y niños. Genaro, lo de aquel entonces, tú…

Rodolfo se volteó para hablar con su colega, pero para su sorpresa, este ya no estaba en su asiento.

—¿Dónde se ha ido?

—¡El bote salvavidas! —César miró fijamente la única puerta que seguía abierta.

Celia entendió al instante.

—¿Se van a ir solos?

—¡¿Está loco?! —Rodolfo, furioso, iba a pedir que los detuvieran, pero ya era tarde.

Entre los que forcejeaban con las ventanas, alguien gritó:

—¡Hay una lancha! ¡Pero alguien se está yendo!

—¡Nos está abandonando!

El empleado volvió en sí.

—¡Sí! Pero no sé si todavía estarán.

—¡Ve a buscarlos y traigan aquí cuantos puedan encontrar! Pero tengan mucho cuidado y revisen bien si los chalecos tienen algo peligroso.

—Sí... de acuerdo.

Varios fueron con el personal a buscar los chalecos salvavidas. En ese momento, varios de los presentes se acercaron.

—Señor Juárez, entonces, ¿en qué podemos ayudar?

—Podemos aceptar la muerte… ¿Pero qué haremos con las mujeres y los niños?

Celia apretó los labios y, de pronto recordó algo. Les dijo:

—Si no recuerdo mal, hay un faro a unos kilómetros de aquí. En teoría, en esta zona siempre tenemos señal. Entonces, ¿y si solo hay un inhibidor de señal en este crucero?

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