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De Esposa Desechable a Cirujana Renacida romance Capítulo 101

Belén fijó su mirada en Edgar, clara y sin rodeos. —Entonces dime tú, ¿cuál es la diferencia?

Edgar no supo qué responder y optó por el silencio.

Sin embargo, Belén no lo soltó. —Cuando él le sonreía a Frida, cuando la llevaba de un lado a otro para presentarla, ¿alguna vez pensaste que ese hombre, Fabián, era mi esposo?

Edgar se quedó aún más perdido. —Eso es buscarle tres pies al gato.

Belén solo sonrió con amargura. —¿Cómo? ¿Ahora que los papeles se invierten, cambias de opinión?

En ese momento, Fabián, que había estado observándolo todo desde la puerta, finalmente intervino. —Ya basta.

Al oírlo, Edgar retrocedió un par de pasos, cabizbajo.

Belén se giró hacia Fabián. Su rostro era una máscara de frialdad, sin rastro de alegría o tristeza, pero avanzaba lentamente hacia ellos.

Igual que antes, Belén se mantuvo firme, protegiendo a Hugo. Le preguntó a Fabián: —¿Qué es lo que pretendes?

Fabián no dijo una palabra, solo se acercaba paso a paso. Su presencia era imponente, una presión invisible que intimidaba y sometía.

Justo cuando Hugo tomó la mano de Belén para ponerla detrás de él, una risa socarrona resonó desde la entrada. —Vaya, vaya, ¿y yo que me preguntaba quién sería? Pero miren nada más, si es el noviecito de Frida.

La voz de Tobías llegó desde la puerta, con un tono tan cambiante y dramático que superaba a cualquier narrador de novelas.

Fabián se detuvo y se giró. Edgar, incapaz de contener su mal genio, le espetó a Tobías: —¡Cierra el hocico! Nadie piensa que eres mudo.

Tobías, recargado en el marco de la puerta con los brazos cruzados, proyectaba un aire de indiferencia total. Ni siquiera se dignó a mirar a Edgar; en su lugar, paseó la vista por el suelo, como si buscara el origen del ruido.

Tras un momento, se llevó una mano a la oreja, fingiendo escuchar mejor. —¿De dónde ladra ese perro? Porque oigo el ladrido, pero no veo al animal por ningún lado.

Edgar estalló y, en dos zancadas, se plantó frente a Tobías. —Tobías, ¿a qué estás jugando?

Tobías bajó los brazos y se enderezó lentamente. Se acercó a Edgar sin el menor reparo, y la sonrisa en sus ojos fue reemplazada por un frío glacial. —¿Qué? ¿No te parece bien?

Claro que a Edgar no le parecía bien, pero antes de que pudiera hacer algo, la voz de Fabián lo detuvo. —Edgar.

Fabián no dio explicaciones, solo respondió con un escueto: —Sí.

Dentro de la habitación, a Belén le dieron ganas de reír. ¿Con qué derecho una sola palabra de Fabián la había enviado al campo y con qué derecho otra palabra suya pretendía que regresara?

Solo cuando Fabián y Edgar se fueron, la habitación recuperó la calma.

Belén relajó la tensión de su cuerpo. Hugo lo notó y la sostuvo del brazo. —¿Estás bien? —le preguntó.

—Estoy bien.

Tobías seguía en la puerta, pero su mirada no estaba en Belén, sino que evaluaba a Hugo, como si midiera la fuerza de un adversario.

Belén levantó la vista hacia Tobías y le dio las gracias. —Gracias.

Tobías fijó su mirada en ella, y una expresión pícara y descarada se dibujó de nuevo en su rostro. Con un tono de voz juguetón, dijo: —¿Solo un agradecimiento de palabra? ¿No piensas demostrarlo con hechos?

A Hugo, por supuesto, no le gustó la actitud de Tobías y sus constantes insinuaciones, así que lo encaró. —Señor Tobías, aunque no hubiera venido, yo mismo podría haberlo resuelto.

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