Al llegar a Páramo Alto, Hugo llevó a Belén hasta la mansión Soler.
Gonzalo y Eva insistieron en que Hugo se quedara a cenar algo, pero Belén se negó. —Papá, mamá, Hugo necesita descansar. Ya es muy tarde, no hay que molestarlo.
Hugo entendía que el regreso de Belén se debía, en parte, a la amenaza de Fabián, y sabía que ella quería hablar a solas con su familia. Así que, discretamente, no insistió. —Señor, señora, los visitaré en otra ocasión.
Gonzalo y Eva no forzaron la situación y despidieron a Hugo con una sonrisa mientras él se alejaba en su carro.
A la mañana siguiente, Belén bajó a desayunar. Planeaba aprovechar el momento para preguntar a su familia cómo estaban las cosas, pero ni Dolores ni Leandro estaban en casa.
No le quedó más remedio que ir a presentarse al hospital.
Por la tarde, al salir del trabajo, fue la primera en llegar a la mansión. Poco a poco, hacia las ocho, la familia se fue reuniendo.
Cuando los empleados sirvieron la cena, todos comieron como de costumbre. Rosario estaba radiante: le pelaba camarones a Belén, le servía agua y la felicitaba por su regreso, diciendo que ahora podrían estar juntos para siempre.
Dolores también sonreía, pero su sonrisa no llegaba a sus ojos. Leandro actuaba igual; esa calma forzada resultaba extraña. Gonzalo y Eva hablaban poco. Cuanto más intentaban aparentar que no pasaba nada, más evidente era que algo ocultaban.
Aunque no decían nada, Belén lo veía todo con claridad. El trabajo de su hermano y su cuñada, sin duda, se había visto afectado por Fabián. Y ellos fingían para no preocuparla.
Belén comió con un nudo en el estómago.
Cuando todos terminaron, ella fue la última en levantarse y subir a su habitación.
Belén sabía que Fabián le estaba enviando una advertencia. No quería que la calidez de la reunión familiar, que tanto le había costado recuperar, se rompiera.
Así que decidió llamar a Fabián para preguntarle qué demonios quería. Él le había dicho que volviera, pero no le había especificado para qué.
Belén sonrió levemente, sin dar explicaciones. No había pasado la noche en la Mansión Armonía, así que, ¿cómo podría haberse levantado temprano?
Pronto, Belén sirvió la avena en la mesa y preparó un par de platillos ligeros.
Ya eran las siete. Cecilia ya debería estar despierta.
Belén no subió. Se quedó esperando tranquilamente sentada a la mesa.
A los pocos minutos, se oyeron risas desde el piso de arriba. —¡Qué guapa está hoy la señorita Frida! —Cecilia también está muy guapa. —Ojalá yo fuera tan bonita como la señorita Frida. —Cuando Cecilia crezca, será aún más bonita que la señorita Frida. —Papá, ¿tú crees que seré tan bonita como la señorita Frida? —Eso solo lo sabremos cuando crezcas.
Las voces y risas se acercaban desde las escaleras. Belén levantó la vista y vio a Frida y Fabián, cada uno tomando de la mano a Cecilia, aparecer gradualmente. Salieron de la penumbra y, a primera vista, parecían una familia de tres.
Belén estaba sentada a la mesa, en un lugar muy visible. Los tres la vieron.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: De Esposa Desechable a Cirujana Renacida
Faltan muchos capitulos y a los que hay les falta parte del texto. Asi es imposible. Te gastas dinero para leer u te toman el pelo....