Delante de toda la familia Rojas, Sergio perdió la paciencia con Cristian y, sin pensarlo, lo dejó en ridículo frente a todos.
Cristian, todavía con esa actitud impulsiva de la juventud, sintió cómo le pisoteaban el orgullo. De repente, soltó el tenedor que tenía en la mano y se levantó de golpe, sin decir ni una sola palabra. Lleno de rabia, salió casi corriendo hacia el vestíbulo.
Mariana, al ver esto, también se puso de pie.
—Cristian.
Lo llamó mientras intentaba ir tras él.
Sergio, viendo que Mariana quería intervenir, la detuvo alzando la voz:
—Hoy nadie va a salir tras él. El que se atreva, que se olvide de volver a la casa.
Mariana detuvo el paso justo en la entrada, dudó un momento, pero al final obedeció y volvió a su lugar.
Después de todo, Sergio era el mayor ahí, y Mariana tenía que mostrarle respeto. Además, Alexis siempre le había dado mucha importancia a la opinión del viejo.
Cuando Mariana desistió, Sergio por fin se permitió relajar los hombros y continuó hablando:
—Siempre es lo mismo, lo han consentido demasiado. Por eso se comporta así, como si el mundo girara a su alrededor.
Belén se mantenía en silencio, sentada en su lugar, sin mover el tenedor ni pronunciar palabra.
Fabián y Pilar también se quedaron callados, igual que ella, dejando que el silencio llenara el ambiente.
Alexis, buscando aliviar la tensión, intervino con una sonrisa forzada:
—Papá, no vale la pena que se enoje por un chavo. Hoy es su cumpleaños, mejor sigamos comiendo.
Sergio asintió, luchando por dejar atrás el mal humor. Desvió la mirada hacia Belén y, con voz mucho más suave, le dijo:
—Belén, come, no te quedes con hambre.
Belén levantó el rostro y le sonrió con calidez.
—Gracias, abuelo.
Tras la salida de Cristian, la familia volvió a concentrarse en la comida.
Pero esta vez, nadie se animó a romper el silencio. Todos comían en calma, casi con una tensión que se podía cortar con cuchillo y tenedor.
Belén sentía de vez en cuando la mirada de Mariana sobre ella, como si quisiera advertirle algo o pedirle que esperara. Pero Belén no le dio importancia. Ni siquiera le devolvió la mirada, mucho menos pensó en responderle.
Cuando terminaron los fideos, Sergio se limpió la comisura de los labios y miró a Belén y Fabián.
—Belén, Fabián, esta noche quédense a dormir en la casa. Ya les preparé los cuartos de arriba, los empleados los tienen listos.
Alexis también se puso de pie.
—Papá, déjeme acompañarlo a su cuarto.
Pero Sergio lo detuvo con un gesto.
—No hace falta, que Belén me acompañe.
Luego, se volvió hacia ella.
—Belén, ven, ayúdame.
Belén se apresuró a levantarse y tomó del brazo al abuelo. Juntos salieron del comedor y se dirigieron al dormitorio.
Ya en la habitación, Belén ayudó al abuelo a sentarse en la cama.
Justo cuando estaba a punto de irse, el abuelo la detuvo y le preguntó, con voz un poco más baja:
—Belén, dime la verdad, ¿Fabián te ha tratado mal?
Sentir la preocupación del abuelo la hacía sentirse querida.
Pero algunas cosas, pensaba Belén, no valía la pena ventilarlas. Al fin y al cabo, ya había decidido divorciarse de Fabián. Que él la tratara bien o mal, ya no le parecía algo importante.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: De Esposa Desechable a Cirujana Renacida
Faltan muchos capitulos y a los que hay les falta parte del texto. Asi es imposible. Te gastas dinero para leer u te toman el pelo....