Tobías estaba de pie junto a la cama, mirando desde arriba a Belén. Su cabello, largo y oscuro como algas, se desplegaba sobre la almohada blanca, formando un contraste tan marcado que parecía una pintura en blanco y negro. La sábana solo le cubría hasta los hombros, dejando ver lo delgada que era y la elegancia de sus clavículas.
Más abajo, el pecho de Belén subía y bajaba al ritmo de su respiración, la sábana apenas disimulando el movimiento. Aquellas suaves curvas resultaban difíciles de ignorar para cualquiera.
De pronto, Tobías sintió la garganta seca, como si no pudiera tragar saliva. Humedeció sus labios y luego estiró la mano para tocar el interruptor de la lámpara.
La luz principal se apagó y la tenue luz ambiental apenas alcanzaba a iluminar cada rincón del cuarto.
Tobías se sentó al borde de la cama, agachó la mirada y le preguntó en voz baja:
—¿Estás segura de esto?
Belén seguía con los ojos cerrados.
—Sí —respondió con un hilo de voz.
Tobías abrió la boca, dudando si decir algo más, pero en ese instante la puerta del hotel se abrió desde afuera con el sonido de una tarjeta deslizándose por el lector.
Ambos voltearon. Tobías apenas pudo distinguir la silueta que apareció en la entrada: parecía ser Fabián.
Belén levantó un poco la cabeza y, aunque la luz no le permitía ver claramente el rostro de Fabián, pudo notar que estaba parado bajo el marco de la puerta, su expresión oculta en sombras. Era imposible adivinar qué pensaba o cómo se sentía.
Rápido, Tobías levantó la sábana y cubrió a Belén por completo, envolviéndola hasta que solo se veía una silueta inmóvil bajo la tela.
Ella permaneció petrificada, sin moverse ni un centímetro.
En ese momento, Belén seguía siendo la esposa legítima de Fabián. Tenían acta de matrimonio y una hija en común. Aunque el amor se había roto, ese lazo seguía allí, colgando como una sombra.
Lo que estaba haciendo Belén era, sin duda, una bofetada directa para Fabián.
Por muy poco que la quisiera, era imposible que no se enojara.
Tobías, tras arroparla, apoyó la mano sobre la cintura de Belén y, mirando con desenfado hacia la puerta, soltó:
—Señor Fabián, qué sorpresa verlo por aquí. ¿Se le ofreció algo? ¿O solo vino a visitar?
No había ni rastro de miedo en su voz. De hecho, se notaba cierta provocación.
—¿No puede decirlo aquí mismo, señor Fabián? ¿O le da pena?
Fabián se detuvo, pero no le respondió. Solo volvió a mirar hacia adentro y repitió, esta vez con más dureza:
—Belén, te queda poco más de un minuto.
No era una petición, era una orden. Y aunque no había gritos ni explosiones, Belén sabía que no podía desafiarlo.
Cuando Fabián se marchaba, la puerta quedó apenas entornada. Desde la ranura, se veía claramente que él seguía parado ahí, esperando.
Belén no se atrevió a perder ni un segundo. Se envolvió en la sábana, saltó de la cama y comenzó a vestirse a toda prisa, poniéndose la ropa como podía.
Tobías, al verla tan apurada, se rio por lo bajo.
—¿Le tienes tanto miedo?
Belén no respondió, pero en su interior lo tenía muy claro: Fabián no toleraba nada fuera de lugar. Podía dejar pasar muchas cosas ambiguas, pero verla acostada al lado de Tobías era un límite que nadie debía cruzar.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: De Esposa Desechable a Cirujana Renacida
Faltan muchos capitulos y a los que hay les falta parte del texto. Asi es imposible. Te gastas dinero para leer u te toman el pelo....