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De Esposa Desechable a Cirujana Renacida romance Capítulo 184

Sacó el celular y fue entonces cuando notó que era una llamada de Dolores.

Sin embargo, al contestar, quien habló fue Rosario.

—Tía, ¿vas a regresar esta noche a la mansión Soler?

Belén pensó un momento antes de responder:

—Sí, voy a regresar, pero llegaré un poco tarde.

Al escuchar esto, Rosario lanzó un alegre —¡Sí!— por el teléfono y añadió:

—Tía, hoy aprendí en internet a hacer hotcakes de huevo. Me levanté temprano y le preparé a mi abuelito, a mi abuelita y a mis papás. Todos se los comieron y dijeron que estaban deliciosos. También te guardé uno a ti. ¿Puedes venir por mí a la salida de la escuela y así nos vamos juntas a la mansión Soler?

El tono suave y tierno de Rosario derritió el corazón de Belén.

No podía rechazar la invitación tan entusiasta de su sobrina, así que respondió:

—Está bien.

Rosario se emocionó aún más:

—¡Sí! Mi tía me va a recoger, ¡qué emoción!

Sin darse cuenta, Belén sonrió. Con voz cálida, dijo:

—¿Entonces ya cuelgo, Rosario?

—Tía, Rosa te quiere muchísimo.

—Y yo también te quiero mucho, Rosa.

Luego de colgar, Belén se quedó mirando la pantalla del celular, perdida en sus pensamientos.

Recordó lo que le había dicho a Rosario. Si Cecilia siguiera siendo como antes, tal vez no habría podido decirle esas palabras tan cariñosas a su sobrina.

Pero ahora, sentía que su hija ya no la quería tanto como su sobrina.

Afuera, la lluvia seguía cayendo con fuerza. Belén se ajustó la chaqueta y, al girar, se topó con la mirada de Fabián.

No sabía cuánto tiempo llevaba observándola, pero pudo notar claramente un dejo de molestia en sus ojos.

Aun así, Belén no se sintió intimidada. Con total sinceridad le dijo:

—Esta noche ve tú por Cecilia, yo tengo que pasar por la mansión Soler, tengo un asunto pendiente.

No especificó el motivo.

Pero tampoco hacía falta: Fabián había escuchado toda la conversación.

Fabián entrecerró los ojos, su mirada se ensombreció y, cuando habló, su voz sonó inexpresiva, aunque cargada con una pizca de desdén:

—¿Vas solo por tu sobrina?

Belén no dudó en admitirlo:

—Papá, buenos días —saludó Cecilia.

Fabián contestó el saludo y luego se dirigió a Belén:

—Está lloviendo mucho, las llevo en el carro.

Belén no lo miró. Mientras ayudaba a Cecilia a ponerse el impermeable, contestó:

—No hace falta, yo manejo.

Fabián no insistió más.

Una vez que Cecilia estuvo lista, Belén le tomó de la mano para salir.

Pero en ese momento, Cecilia jaló un poco su mano y le pidió:

—Mamá, está lloviendo muy fuerte, ¿me cargas?

Belén miró a su hija y aceptó:

—Está bien.

La levantó en brazos y, sujetando el paraguas con el cuello, se dispuso a salir. Fue entonces cuando Fabián se acercó y, de pronto, tomó el mango del paraguas sobre su cuello:

—Déjame sostenerlo yo.

En ese instante, los ojos de Belén se llenaron de lágrimas.

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