En ese momento, Belén no pudo evitar recordar todo lo que había vivido criando sola a su hija.
Los niños suelen enfermarse de fiebre con facilidad y, cuando eso pasaba, nunca lograba contactar a Fabián. Terminaba cargando sola a Cecilia hasta el hospital.
No tenía idea de cuántas veces había recorrido ese camino. Más de una vez le tocó hacerlo bajo la lluvia, empapándose por completo.
En aquel entonces, lo único que deseaba era que Fabián estuviera a su lado y le dijera: “No te preocupes, yo estoy aquí.”
Pero él siempre estaba tan ocupado. Era imposible localizarlo.
Con el tiempo, Belén aprendió a resolverlo todo por sí misma.
Sin embargo, justo unos minutos antes, Fabián tomó la sombrilla que ella sujetaba con el cuello y se ofreció a cargarla él.
Eso que tanto había anhelado, por fin se hizo realidad. Pero, para su sorpresa, en vez de sentirse feliz, lo único que sintió fue una gran tristeza.
Si él hubiera hecho eso antes, pensó Belén, tal vez ella no habría perdido la esperanza.
Ya bajo la lluvia, Fabián inclinó la sombrilla hacia el lado de Belén.
Pero no lo hacía por ella, sino por Cecilia.
Bueno, al menos seguía cuidando de Cecilia.
Al llegar a la entrada, Belén acomodó a Cecilia en el asiento trasero del carro. Al inclinarse para asegurar el cinturón, Fabián seguía cubriéndola con la sombrilla para que la lluvia no la mojara.
Después de cerrar la puerta, Belén tomó su lugar frente al volante.
Cuando estaba por cerrar su puerta, notó que Fabián seguía parado bajo la lluvia, cubriéndose con la sombrilla. Ella levantó el rostro y lo miró.
—Gracias —le dijo.
Fabián arrugó el entrecejo al escucharla, sin responderle. Al fijarse que la ropa de Belén seguía mojada, se quitó la chaqueta y la puso sobre sus piernas.
—Cuídate. No vayas a enfermarte —le soltó, serio.
Belén se quedó un poco sorprendida. Tomó la chaqueta con intención de devolvérsela, pero ya Fabián se había alejado, caminando bajo la lluvia rumbo a su propio carro.
Ella ya no insistió. Al fin y al cabo, la lluvia seguía cayendo fuerte. Así que aventó la chaqueta sobre el asiento del copiloto.
Mientras arrancaban, Belén le preguntó a Cecilia, que iba en la parte de atrás:
—¿Y tú, qué quieres cenar?
Cecilia contestó desde su asiento:
—Quiero empanadas de las que venden frente al kinder, y un yogur.
—Está bien —asintió Belén.
Las lágrimas empezaron a rodar por las mejillas de Cecilia. Con voz temblorosa, preguntó:
—¿No puedo ir con Rosario a casa de la abuela?
Belén evitó mirarla, apretando los dientes para no ceder:
—Si no quieres ir, no te voy a obligar.
Cecilia apretó las asas de su mochila, ansiosa:
—Pero mamá, yo...
Justo en ese momento, una voz aguda sonó a espaldas de Cecilia:
—¡Tía!
Rosario llegó corriendo a la entrada, emocionada al ver a Belén. Se volvió y le dijo a la maestra que sostenía la sombrilla:
—Maestra Díaz, ella es mi tía. Hoy vino por mí.
Luego, con el mismo entusiasmo, le anunció a los otros niños que esperaban bajo la lluvia:
—Irene, Valentín, Alba, ella es mi tía. Mi tía es doctora de niños, sabe un montón. Yo la admiro muchísimo.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: De Esposa Desechable a Cirujana Renacida
Faltan muchos capitulos y a los que hay les falta parte del texto. Asi es imposible. Te gastas dinero para leer u te toman el pelo....