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De Esposa Desechable a Cirujana Renacida romance Capítulo 188

Belén cargó a Cecilia en sus brazos y salió de la Mansión Armonía. Camila las siguió de cerca, sosteniendo un paraguas para protegerlas de la lluvia.

Las tres se dirigieron al hospital. Después de algunos exámenes, entre ellos un ultrasonido abdominal, Belén confirmó que lo que tenía Cecilia era una indigestión acompañada de inflamación en los ganglios del abdomen.

El estado de Cecilia no era nada bueno; su cara estaba tan pálida que parecía una hoja de papel. Belén, preocupada, decidió dejarla un rato en la sala de urgencias, esperando a que se recuperara un poco antes de regresar a casa.

El médico le recetó unas pastillas para la digestión y probióticos. Camila trajo agua caliente y Belén le dio los medicamentos a su hija con cuidado.

Sin embargo, después de tomar el medicamento, Cecilia no pudo dormir. Se recargó débilmente en la cabecera de la cama y, mirando a Belén con ojos apagados, murmuró:

—Mamá, tengo hambre.

Todo lo que tenía en el estómago ya lo había vomitado, así que era normal que le rugiera el estómago.

Belén la miró con el corazón apretado, acariciándole la frente.

—¿Qué quieres comer? Yo te lo traigo.

Cecilia pensó un momento y respondió:

—Quisiera tomar un poco de avena.

Belén sonrió, apenas, tratando de tranquilizarla.

—Claro, mi amor.

Le pidió a Camila que se quedara con Cecilia y, tomando el paraguas, salió del hospital.

Había estado corriendo de un lado a otro toda la noche y hasta ese momento se dio cuenta de que seguía en pijama, con el cabello alborotado y el aspecto hecho un desastre.

Apenas había caminado unos cientos de metros fuera del hospital cuando la lluvia se desató con más fuerza. Aunque llevaba paraguas, los zapatos y los pantalones de Belén terminaron empapados.

No obstante, pensando en el hambre de Cecilia, Belén no dudó y cruzó la avenida hasta llegar a una cafetería de comida rápida que abría las veinticuatro horas.

Sacudió el paraguas en la entrada y, al empujar la puerta, se topó de frente con Leonel.

Leonel la miró sorprendido, con el ceño ligeramente arrugado al ver que Belén andaba en pijama.

—¿Señora?

Belén asintió, apenas, y en ese instante recordó a Fabián.

Había estado tan preocupada por Cecilia que ni se había dado cuenta de la ausencia de Fabián.

Cecilia estaba enferma, y aunque Fabián estuviera muy ocupado, lo lógico sería que hubiera regresado a la Mansión Armonía o al menos llevado él mismo a su hija al hospital.

En el apuro del momento, ni lo pensó, pero estar cara a cara con Leonel hizo que todas esas dudas salieran a flote.

Sin pensarlo mucho, soltó la pregunta:

En ese momento, Belén comprendió algo. No hizo ningún escándalo ni levantó la voz. Solo le dijo con un tono calmado:

—Ya entendí. Anda, sigue con lo tuyo.

Leonel se quedó en blanco.

¿Ya entendió? ¿Entendió qué?

Pero Belén ya no se detuvo a darle más vueltas. Fue directo a la barra, pidió una avena para llevar y en cuanto la tuvo en las manos, salió del local sin dedicarle ni una palabra más a Leonel.

Leonel, todavía desconcertado, pensó que esa no era la Belén que él conocía. ¿No se suponía que estaría insistiendo, exigiendo saber dónde estaba Fabián?

No podía creer que Belén simplemente lo dejara pasar así, así que la siguió afuera. Pero cuando llegó a la acera, Belén ya se había alejado bajo la lluvia, sosteniendo el paraguas.

Al ver la figura de Belén alejarse en la noche lluviosa, Leonel sintió una punzada en el pecho, una tristeza inexplicable.

Él había sido testigo de la relación de Fabián y Belén desde el principio. Su matrimonio solo existía en papel; en todos esos años, no habían compartido ni un solo día de verdadera calidez.

Y Fabián... con Frida...

Leonel se preguntaba si Belén ya sabía todo eso.

Prefirió no pensarlo demasiado. Tomó su paraguas y se marchó rápidamente.

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