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De Esposa Desechable a Cirujana Renacida romance Capítulo 192

Él había regresado esa misma noche, lo que demostraba que, en el fondo, sí le importaba su hija.

Así que Belén no tuvo más remedio que tragarse sus dudas y dejarlas para otro momento.

—Cecilia tiene algunos ganglios en el abdomen, pero por suerte no son muchos ni son grandes. A su edad, es común que tenga dolores funcionales de estómago. Ya descartamos otros problemas, así que no es nada grave, pero hay que cuidar su alimentación —explicó Belén, manteniendo la voz tranquila.

Fabián frunció el ceño y preguntó con preocupación:

—¿Y qué lo provocó? ¿Por qué le pasó esto?

—Comer picante, muchas golosinas, cosas frías, comer y tomar de más, además de no tener horarios fijos para dormir, todo eso puede ser la causa —respondió Belén, sin rodeos.

Al escucharla, Fabián bajó la mirada y murmuró:

—Ya entendí.

Belén lo observó un momento y, de repente, se acordó de algo que tenía pendiente.

—Fabián, justo quería hablar contigo de este tema —dijo, con el semblante cada vez más serio.

Él la miró de reojo y soltó un simple:

—Ajá.

La expresión de Belén se endureció.

—No me importa quién cuide a Cecilia, pero sigue siendo una niña de cinco años. Hay cosas que no debe comer y no debe desvelarse. Tiene que dormir temprano, levantarse temprano y salir a jugar más seguido.

Belén, al recordar los conciertos de Frida, sintió una punzada de enojo. Frida organizaba sus conciertos de noche y, por querer acompañarla, Cecilia se trasnochaba para escucharla. ¿Cómo iba una niña tan pequeña a aguantar ese ritmo?

Cuando terminó de hablar, Fabián soltó, sin inmutarse:

—Entonces renuncia a tu trabajo y quédate en la casa cuidando a Cecilia.

Belén abrió los ojos de par en par, incapaz de creer lo que oía.

—¿Cómo dices?

—Si piensas que no la estoy cuidando bien, entonces hazlo tú —contestó Fabián, sin levantar la voz.

Belén lo miró con incredulidad, esbozando una sonrisa de resignación.

—¿Así que la defiendes hasta ese punto?

Todos sabían que se refería a Frida. Belén tenía claro que Cecilia trasnochaba y comía de todo cuando estaba con ella; incluso Hugo y ella lo habían presenciado varias veces.

Que Cecilia tuviera esos ganglios no era únicamente culpa de Frida, pero tampoco era inocente. Y sin embargo, Fabián nunca la mencionaba ni una sola vez cuando hablaban de la salud de la niña.

—Señor, señora, pasó algo malo. La señorita Cecilia se queja otra vez de dolor de estómago.

Apenas terminó de hablar, Belén y Fabián subieron corriendo las escaleras.

Al llegar al cuarto, se acercaron rápido a la cama, con el corazón encogido.

Cecilia estaba hecha un ovillo sobre las sábanas, tan pequeña y frágil que daba lástima.

Belén sintió cómo se le apretaba el alma. Se acercó y la abrazó con suavidad.

—No te asustes, mi amor. Mamá está aquí —le susurró, acariciándole la cabeza.

Pero el dolor era tan fuerte que Cecilia no paraba de llorar entre sollozos.

Belén le ofreció:

—Mi amor, ¿quieres que te haga un masaje? Así te va a doler menos, ¿sí?

Apenas puso la mano sobre la pancita de su hija, Cecilia, desesperada, la apartó de un empujón.

—Quiero a la señorita Frida. Papá, quiero a la señorita Frida.

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