Cuando Belén fue empujada, se quedó completamente paralizada, como si su mente se hubiera quedado en blanco.
Ya de por sí tenía fiebre y su cuerpo estaba débil. Con el empujón de Cecilia, perdió el equilibrio y terminó a un lado.
En ese instante, Cecilia rompió en llanto mientras gritaba:
—¡Papá, papá…!
Fabián se acercó de inmediato, la levantó y trató de calmarla con voz suave:
—Aquí estoy, mi niña, tu papá está aquí, tranquila.
Cecilia, aferrada a la camisa de Fabián, tenía el rostro cubierto de lágrimas. Entre sollozos, preguntó:
—Papá, ¿dónde está la señorita Frida? Yo quiero a la señorita Frida… —el llanto se le quebraba en la garganta—. Quiero que la señorita Frida me toque el piano, quiero que me cuente historias… Papá, quiero que la señorita Frida esté conmigo.
Fabián, al ver a su hija tan destrozada, sintió que el corazón se le partía. No importaba lo que ella pidiera, él solo podía prometerle lo que fuera con tal de calmarla:
—Está bien, mi amor. Papá va a llamar a la señorita Frida para que venga y pase tiempo contigo, ¿te parece?
De inmediato, Cecilia dejó de llorar:
—Bueno.
Belén, sentada en la orilla de la cama, escuchaba el intercambio entre su hija y su esposo mientras las lágrimas le rodaban silenciosas por el rostro.
Apretó los dientes, negándose a dejar que el llanto se le escapara en voz alta.
Camila, parada a su lado, le dio unas palmadas en el hombro, en un gesto silencioso de apoyo.
Belén ya no alcanzó a oír qué más decían Fabián y Cecilia. En ese momento, quedarse ahí solo la hacía sentir como una extraña, casi como si fuera un mal chiste.
Juntando fuerzas, se puso de pie y salió de la habitación paso a paso.
Al bajar, notó que la lluvia afuera caía más fuerte que antes.
El golpeteo de la lluvia parecía calarle hasta los huesos, haciendo que su ánimo decayera aún más.
No pasó mucho antes de que Fabián bajara también.
Al verla parada en la entrada, se acercó y le comentó:
—Ya hablé con el jardín de niños, Cecilia no irá hoy.
Belén, de espaldas a él, respondió con tono apagado:
—Está bien.
Luego, añadió:
—Entonces yo me voy a trabajar.
—Señor Fabián, ya va a empezar la junta —dijo Leonel.
Fabián pensó en Cecilia y, resignado, contestó:
—Reprogramen la reunión. Hoy no iré a la oficina. Si hay algo importante, encárgate tú. Solo llámame si es algo urgente.
Leonel no se atrevió a preguntar más y solo contestó:
—De acuerdo.
...
Belén llegó al hospital y pasó el día como un fantasma, sin concentrarse en su trabajo. Por suerte, sus compañeros notaron que no se sentía bien y le ayudaron con sus tareas.
Agradecida, les prometió que, en cuanto estuviera mejor, les invitaría a comer.
Por la tarde, Fabián le envió un mensaje:
[Cecilia quiere tomar el atole de avena que tú preparas.]
Al leer el mensaje, Belén no supo cómo contestar.
¿Debía decir que sí? ¿O negarse?

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: De Esposa Desechable a Cirujana Renacida
Faltan muchos capitulos y a los que hay les falta parte del texto. Asi es imposible. Te gastas dinero para leer u te toman el pelo....