Rosario no entendió la sarta de argumentos que le soltó Fabián. Lo único que hizo fue refutarlo con una firmeza y seriedad impropias de su edad.
—No es cierto. Papá y mamá me dijeron que mi tía es una Soler y que, mientras ella quiera volver, la mansión Soler siempre será su casa. Así que su casa está aquí, no contigo.
El rostro de Fabián se ensombreció al escucharla. Miró a Rosario con una expresión compleja, sin saber qué decir.
Rosario defendía a su tía porque la quería.
Y él, como su tío político, ¿qué derecho tenía a criticar las palabras de una niña?
Al ver que Fabián no decía nada, Rosario insistió:
—No voy a dejar que te lleves a mi tía.
Belén, que estaba de pie a un lado, lo había visto todo. La forma en que Rosario la defendía le humedeció los ojos.
Sin embargo, si lo que Fabián decía era verdad y él sabía dónde estaba el acta de matrimonio, estaba dispuesta a ir con él.
Así que, antes de que Fabián perdiera la paciencia, Belén tomó a Rosario en brazos y la dejó en el centro de la sala.
—Rosa, mi niña, tu tío y yo tenemos que salir a arreglar un asunto. Voy a volver enseguida, ¿sí? ¿Qué te parece si le pido a la cocinera que te prepare el pescado empanizado que tanto te gusta?
A Rosario se le rodaron las lágrimas por las mejillas. Se aferró a la ropa de Belén con sus manitas, negándose a soltarla o a responder.
A Belén se le encogió el corazón. La abrazó y la consoló con ternura.
—Anda, Rosa, pórtate bien. Te doy mi palabra de que volveré.
Rosario, recostada en el pecho de Belén, respondió con un sollozo:
—Está bien, pero tienes que volver pronto. Si no, les voy a decir a mi papá y a mi mamá que te vayan a buscar.
Belén le acarició la cabeza a su sobrina, sintiendo un profundo vacío en el pecho.
—Claro que sí.
Dicho esto, Rosario tomó el rostro de Belén entre sus manitas, le dio un beso en la mejilla y dijo:
—Entonces, adiós, tía.
Los ojos de Belén se enrojecieron al instante y las lágrimas brotaron. Apretó los labios.
—Sí, adiós.
Cuando se puso de pie, dispuesta a salir, Fabián se acercó.
Se arrodilló frente a Rosario y, acariciándole el cabello con suavidad, le dijo:
—Rosa, ¿qué te parece si la próxima vez vienes de visita a nuestra casa? Así juegas con Cecilia.
Rosario retrocedió, fulminándolo con la mirada, y no aceptó su propuesta.
Al ver el rechazo de la niña, Fabián no insistió. Solo esbozó una leve sonrisa.

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Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: De Esposa Desechable a Cirujana Renacida
Faltan muchos capitulos y a los que hay les falta parte del texto. Asi es imposible. Te gastas dinero para leer u te toman el pelo....